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10 may 2009


El Don de Interpretar
Por el élder Sterling W. Sill

En una ocasión se preguntó a un hombre muy erudito cuál de las traducciones de la Biblia le agradaba más. Respondió que de todas, la que más le satisfacía era la interpretación de su madre. Esta mujer había interpretado la Biblia mediante su propia vida. Esta es la interpretación que realmente es de importancia. Para este hombre de erudición, la Biblia parecía cobrar más importancia según se manifestaba en la personalidad, fe y conducta diaria de su madre. Vio aquella a quien más reverenciaba en esta vida, arrodillada delante del ser más reverenciado del cielo. La vio vivir de acuerdo con los preceptos de la Biblia. El espíritu del libro era el de ella. Era la representante visible del mensaje y actitud de la santa palabra escrita. Y ese mensaje penetró con inmensa fuerza en su propio corazón.

Un discípulo fiel del Maestro sabrá interpretar las ideas de un idioma a otro, pero hay otros que saben interpretar las palabras de las Escrituras en hechos, y espíritu del evangelio en sus corazones. Hay algunos directores ilustres que pueden tomar las verdades eternas y actividades religiosas, y tornarlas productivas en su vida.
Uno de nuestros problemas más grandes consiste en tomar al cristianismo de las Escrituras e implantarlo en la gente, particularmente en nosotros mismos. Debemos tener la habilidad para interpretar el espíritu y la vida del Maestro en efectuación real, donde estará alcance de otros. “La única Biblia que algunas personas leen es la Biblia de nuestras propias vidas.” ¿Qué significado más benéfico puede darse al término interpretar, que concebirlo como el acto de trasladar las ideas más importantes de la página impresa a nuestra conducta diaria? ¿O qué fracaso mayor puede venir a nosotros que tener un libro o una mente llena de planes e ideas maravillosos, ninguno de los cuales jamás se ha manifestado en nuestros asuntos diarios?

Se afirma, para vergüenza nuestra, que muchos cristianos son únicamente “cristianos” bíblicos, con lo que dan a entender que el cristianismo permanece mayormente en la Biblia y sólo una parte muy pequeña entra en nosotros.
Algunos se concretan a un cristianismo que es meramente verbal, pero el cristianismo que se limita a la página impresa o a una mera expresión oral, no tiene mucho valor práctico. Por cierto, a menudo es pecado, pues “la mayor blasfemia no consiste tanto en hablar palabras profanas, como en prestar servicio únicamente de boca”. Refiriéndose a los que son como el hijo del señor de la viña que dijo: “Sí, señor, voy”, y no fue, el Señor declaró: “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.” (Mateo 21:30-31)

Uno de nuestros mayores defectos es nuestra incapacidad para dar una aplicación práctica a las ideas grandes. Hay algunas personas que pueden escuchar un mensaje inspirador sobre el evangelio sin sentir mucha emoción. Hay algunos que pueden pisar lugares santos sin sentir el deseo de quitarse los zapatos. Aun puede haber algunos que leen la Biblia de cabo a cabo, y luego siguen con sus asuntos usuales como lo hacían antes, sin ningún cambio notable en su actitud, conducta o devoción. Hay algunos que pueden ser sumamente eficientes en su trabajo diario, mas carecen de la habilidad para desempeñar la obra del Señor eficazmente.

Sin embargo, hay algunos que, al igual que la madre del hombre instruido, han desarrollado la habilidad para tomar las ideas e interpretarlas en actitudes, actividades y santidad.

Pueden utilizar la habilidad con que desempeñan el trabajo del mundo tan eficazmente y darle mayor eficacia aún cuando se trata de llevar a cabo la obra del Señor.
Aparte de “traducir de una lengua a otra”, los diccionarios dicen que interpretar es “entender o tomar en buena o mala parte una acción o palabra; atribuir una acción a determinado fin; ejecutar”.

Decimos que un artista interpreta bien su papel, es decir, tiene la habilidad de trasladar lo escrito al hecho.

El mismo concepto podría aplicarse a una idea, pero sucede que la mayor parte de las ideas mueren por el camino. Raras veces salen con vida al pasar por el procedimiento de ser trasladadas o interpretadas en hechos.

Sin embargo, esta habilidad para hacer que las ideas sobrevivan los primeros pasos de su metamorfosis, a fin de que lleguen a convertirse en fe y hechos, es la cosa de valor verdadero.
La religión efectiva consiste en hacer que las ideas y los sentimientos crucen la frontera de la utilidad y sean de valor en otras vidas. Esta destreza es también una de las sumamente importantes características de la habilidad para dirigir.
La obra principal de de un buen director es ver que esta aptitud para interpretar se desarrolle completamente y se utilice con eficacia.

En varias partes de las Escrituras se usa la frase “el don de de traducir”. El Señor dijo que José Smith habría de ser llamado traductor.

A Oliverio Cowdery le prometió: “Y he aquí, si lo deseas de mí, te concederé un don para traducir, igual que mi siervo José.” (DyC 6:25)

Por supuesto, el don al que se refiere aquí es traducir de un idioma a otro. Pero hay otro don de traducir; es el de interpretar el idioma en sensación y la sensación en acción y la acción en efectuación. Los buenos directores más que cualquier otro, deben poseer esta habilidad. El conocimiento, fe y determinación de los que dirigen puede interpretarse en gloria eterna para aquellos que son dirigidos. La palabra del alcanza su mayor utilidad solamente cuando se interpreta en actividad y santidad efectivas.

Sin embargo, podríamos llamar intérpretes a los hombres del mundo que se han destacado en varios campos. Jaime Watt interpretó la idea de una tetera de agua hirviendo en una potentísima máquina de vapor. Una araña que tejía su tela fue lo que inspiró a un ingeniero para construir uno de los puentes colgantes más notables.

Se dice que mientras partía el cascarón del huevo cocido que iba a comer como desayuno, le vino a Brigham Young la idea que interpretó en el techo ovalado del Tabernáculo de Salt Lake City, que se sostiene sin necesidad de pilares.

Los inventores, escritores, pensadores y directores más destacados son aquellos que pueden adaptar las mejores ideas del mayor número de fuentes, y hacerlas fructificar en su propio trabajo. El que intenta fundar su éxito en sus propias ideas originales, tiene enfrente un obstáculo insuperable. Hallamos una ilustración de esta idea en la conversación que sostuvieron el inventor Thomas A. Edison y el gobernador del estado de Carolina del Norte.

El gobernador estaba felicitando al señor Edison por ser un inventor tan notable.
--Pero no soy un gran inventor—decía Thomas Edison.
--¿No existen más de mil patentes de invención en su nombre?
--Es cierto, pero la única invención que puedo decir que es netamente mía, es el fonógrafo.
--No le entiendo—dijo el gobernador.
--Soy como una esponja—explicó Edison. Absorbo las ideas de cuanta fuente puedo, y entonces todo lo que tengo que hacer es darles un uso práctico. Las ideas que empleo son principalmente de personas que no saben desarrollarlas ellas mismas.
Esta es una de las cualidades de un gran inventor. A la misma vez, es una de las cualidades de un gran director. Esto se aplica particularmente a los que obran en la Iglesia.

Si un profesor no estuviese familiarizado con los métodos e ideas de la pedagogía moderna, no gozaría de mucha estimación. También buscamos maestros que estén familiarizados con los estudios de las más destacadas escuelas de educación. No obstante, el buen maestro también necesita saber tomar las experiencias comunes de todos los días e interpretarlas en carácter, ambición y justicia como lo hizo “el gran Maestro”.

El propio Jesús fue el intérprete consumado. Tenía la mayor habilidad para utilizar con sumo beneficio todas las cosas que veía a su alrededor. El sistema de enseñanza más prominente que usó fue la parábola. Propiamente podríamos colocar todas sus parábolas bajo un solo encabezamiento, a saber, interpretación. Empleaba las ideas que la gente entendía a fin de aclarar las verdades que El deseaba que comprendieran mejor.

Por ejemplo, refirió la parábola del sembrador a un grupo de personas que estaban familiarizadas con el trabajo de campo. Les indicó que no debían sembrar su semilla en terreno duro y seco, ni permitir que las espinas ahogasen a las plantas tiernas una vez que empezaban a crecer. Esta idea con la cual ya estaban familiarizados, se interpretó fácilmente para que la utilizaran en la fomentación de sus propios intereses espirituales.

Basándose en la experiencia de hijo pródigo, del buen Samaritano y las vírgenes fatuas, enseñó con profundos resultados. Jesús transformaba las cosas más comunes en algo ennoblecedor y hermoso.

En Él hallamos el mejor ejemplo del director verdaderamente grande, y debemos seguir Su ejemplo de aprender de las cosas que están más cerca de nosotros. Cuanto más capaz el hombre, tanto más aprende de las cosas que lo rodean.

Sin embargo, la instrucción es de poco valor a menos que se le pueda dar una aplicación práctica.

Para aquellos que pueden ver más allá del propio acontecimiento, hay “lenguas de árboles, libros en los arroyos corrientes, sermones en las piedras y lo bueno en todas las cosas”. (Shakespeare)

Si carecemos de los pensamientos y corazón de un intérprete, quizá no veremos sino piedras, y pasaremos por alto los sermones.

Si pensamos como el intérprete, se multiplica en nosotros el beneficio aun de las experiencias comunes.

Nos une a otros eslabones importantes de la cadena de los pensamientos constructivos.
Todo viento ayuda al barco a llegar a su destino, si las velas se disponen correctamente. San Pablo dijo: “…a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. (Romanos 8:28)

Podemos aprender de todas las cosas si tenemos los ojos abiertos y disponemos nuestras velas para aprovecharlas. De esta manera, toda experiencia puede llegar a ser para nuestro bien. La enfermedad es tan importante como la salud; la muerte, igual que el nacimiento, es parte del plan divino; la noche es tan necesaria como el día; el trabajo nos beneficia tanto como el descanso.

Unos hechos nos enseñan lo que podemos evitar; otros, lo que debemos hacer. Una personalidad eficaz, bien ajustada y estable toma todos estos incidentes y los interpreta en actitud, destreza, hábitos, devoción y otras cualidades de la habilidad para dirigir felizmente.
Nos es posible lograr en el campo de la habilidad para dirigir lo que los alquimistas antiguos no pudieron lograr en el campo de la metalurgia. Por muchos años los alquimistas intentaron transformar en oro y plata los metales más corrientes, como el hierro y plomo. Por supuesto, tenían que fracasar en esto.

Pero hay una especie de alquimia espiritual que nos garantiza un éxito extraordinario. Pues si lo deseamos sinceramente y obramos vigorosamente con la disposición correcta, podemos lograr la habilidad para interpretar cada una de nuestras experiencias en una cosa buena.

En una de sus novelas, Nathaniel Hawthorne relata la historia de un jovencito que todos los días contemplaba y admiraba las nobles facciones y bondadosas características de una imagen natural de piedra que se hallaba en el costado de la montaña. Y cada día más y más se parecía a la imagen que miraba, no sólo en cuanto a rasgos de personalidad, sino en características físicas. Este joven tuvo la facultad de interpretar para su propio beneficio las nobles cualidades que identificó y admiró en la montaña. Por medio de su propia vida, trajo estas virtudes al alcance de otros.

Lincoln hizo la misma cosa. En su niñez y juventud se dedicó a leer buenos libros. El más importante de éstos, fue la Biblia, la cual de allí en adelante siempre podía identificar como parte de su carácter.

La Biblia relata que el manto de Elías cayó sobre Eliseo. El manto de José Smith cayó sobre Brigham Young. Tenemos la responsabilidad de ver que el manto de la dirección caiga sobre nosotros. El Señor nos dará el poder de ser buenos directores si tan solamente aprovechamos las grandes lecciones que nos rodean.

Una parte muy importante de nuestra preparación es desarrollar y utilizar este don y facultad para interpretar. Con toda experiencia y toda idea debemos decirnos: ¿Cómo me ayudará esto en la obra del Señor?¿En qué forma puedo desarrollar esto para desarrollar mi fe y actitud? ¿Cómo puedo utilizar para salvar almas, los principios de mi éxito como maestro y negociante?
El que es digno de ser director en la Iglesia tiene la responsabilidad de ver que cada miembro bajo su cuidado se prepare para el reino celestial. Esto causará que nuestro don de interpretar rinda el beneficio mayor.

Artículo publicado en la Liahona de junio de 1959