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23 jun 2009


Un buen maestro,
también es un buen alumno.


Por Karina Michalek de Salvioli

Como líderes estamos preocupados en nuestro rol de dirigir y enseñar a un grupo y buscamos la manera eficaz de aprender y aplicar estrategias que nos permitan lograr nuestro objetivo de comunicar, enseñar y motivar.

Pero a veces no tenemos en cuenta nuestro papel como alumnos, y podemos llegar a perder la capacidad de aprender eficazmente. Aduciendo los años que tenemos como miembros de la iglesia o la cantidad de llamamientos que hemos tenido, creemos que no tenemos nada más que aprender. Perdemos la capacidad de ser enseñables y de desarrollar mejor nuestras habilidades y talentos en la enseñanza.

Hace unos años atrás el élder Russell M. Nelson, del Consejo de los Doce Apóstoles, enseñó sobre cuatro pasos que facilitan el proceso de un aprendizaje eficaz.




Primer Paso

“Tener un gran deseo de saber la verdad. He sido profesor de cirugía por muchos años y he observado que las personas aprenden de diferentes formas. Por ejemplo, antes de operar, uno se lava bien las manos. Durante ese tiempo algunos estudiantes de medicina permanecen callados o conversan trivialidades. Pero los que tienen el deseo de aprender los aprovechan para hacer preguntas.

También he observado que los estudiantes que verdaderamente tienen el deseo de aprender, saben que no saben ciertas cosas y se esfuerzan por aprenderlas”1

Como maestros nosotros también necesitamos aprender y según nuestro deseo y esfuerzo entonces podremos actuar de diversas maneras.

De acuerdo a nuestro interés en el aprendizaje personal mostraremos diferentes niveles de interés por enseñar: podemos sólo repetir el mensaje para que llegue a destino; también podemos aprovechar las oportunidades que surjan en la relación para aplicar lo que deseamos enseñar, o mejor aún, propiciaremos oportunidades de enseñanza formal e informal.

Un indicador de nuestro deseo de aprender podría encontrarse en la respuesta a la siguiente pregunta:¿Cuándo preparamos la clase de la Escuela Dominical?

Mientras más tiempo dedique al estudio de una clase, más oportunidades le estaré dando al Espíritu de que me enseñe a mí cómo o qué debo enseñar.


Segundo Paso

“Estudiar con una mente ‘inquisitiva’. Como ya sabréis, el hermano de Jared estaba preparándose para atravesar el océano, se dio cuenta de que no tenía luz en los barcos y le preguntó al Señor:‘¿Vas a permitir, oh Señor, que crucemos estas grandes aguas en la oscuridad?’

A lo que recibió una respuesta interesante: ‘¿Qué queréis que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?’ El Señor dejó que él estudiara la situación.

Muchas de las revelaciones de Doctrina y Convenios fueron dadas a los profetas sólo después de que ellos estudiaron el tema y después de haberle hecho al Señor preguntas específicas.” 1

En el proceso de enseñar, el establecer claros objetivos nos ayudará a trazar un plan de acción sin descuidar las particularidades de las personas con las que trabajamos.

Así estaremos teniendo en cuenta las características culturales o sociales como pueden ser la edad, intereses personales, educación académica e incluso madurez en el evangelio de nuestro grupo.

Un maestro que observa a sus alumnos y se preocupa por conocerlos más profundamente tendrá una base con la cual manejarse y no dependerá de un rígido planeamiento sino que podrá estar atento a la guía del espíritu para completar lo que él no sabe que sus alumnos pueden necesitar.

Una mente inquisitiva también hará que utilicemos las instrucciones de los manuales. Algo muy importante para que podamos discernir entre “tradiciones” y normas correctas. Casi siempre repetimos lo que vimos hacer a otros maestros cayendo en costumbres que pueden perturbar la enseñanza. El estudio del manual de instrucciones ya sea individualmente o como presidencia nos permitirá comprender qué es lo que se espera de nosotros en nuestro llamamiento. Las indicaciones que tienen los manuales de las clases también poseen herramientas, sugerencias y aclaraciones para aplicar en las mismas sin temor a estar haciendo algo incorrecto.


Tercer Paso

Aplicar o llevar a la práctica lo que aprendéis diariamente. Aquellos que han estudiado un idioma sabrán muy bien la importancia de este principio. Por más grande que sea el deseo de aprender y de estudiar, no se llega a dominar un idioma si no se ensaya en la vida diaria.”1

Parece algo demasiado simple de realizar, pero muchas veces caemos en la trampa de recibir instrucción, asistir a seminarios o cursos para maestros, participar de liderismos y regresar a casa llenos de carpetas con ideas, mensajes inspiradores y métodos prácticos para enseñar el evangelio que guardamos prolijamente en la biblioteca de nuestro hogar. Las oportunidades de capacitarnos no son muchas debido a las múltiples ocupaciones que tenemos como miembros de la iglesia. Aprovecharlas no sólo es guardar material y juntar papeles. Es ver en qué momento y de qué manera podemos aplicar lo aprendido. Sin importar el llamamiento que ahora tenemos, somos el resultado de todo lo que aprendimos antes y si ese aprendizaje fue aplicado ganamos la experiencia para trabajar eficazmente.


Cuarto Paso

“El cuarto e importante paso consiste en aprender a orar mientras se aprende. Cuando ejercía la medicina como cirujano, nunca titubee en comunicarme con el Señor, y le hablaba de todos los detalles antes de hacer cualquier operación. En mis oraciones hasta incluía cualquier técnica nueva que pensara usar. Con frecuencia por el sólo hecho de repasarlas mentalmente mientras oraba, recibía la guía divina y adquiría una mejor percepción de las cosas.”1

No hay manual del maestro que no posea la sugerencia de orar y estudiar en nuestra mente para seleccionar lo que el alumno necesite. El manual del curso de la escuela dominical lo repite en todas las lecciones. ¿Será porque es lo que más rápidamente dejamos de hacer? Empezamos a confiar en nuestras capacidades y automatizamos la preparación de una clase perdiendo la oportunidad de tener una experiencia espiritual en nuestro llamamiento o negándosela a quien enseñamos.

El orar para enseñar eficazmente es el paso que nos lleva a reconocer que no dependemos del brazo de la carne.

Nos permitirá una de las oportunidades únicas de reconocer la guía divina para ayudar a otros. Alguna vez habremos escuchado algo como: “Hoy no tenía ganas de venir a la capilla, pero menos mal que vine porque necesitaba escuchar la clase, o tal discurso”. Nos quedamos pensando, reconociendo que el prepararse valió la pena pues vimos un fruto. ¡Y cuántos otros frutos habrá que no vemos!

Un presidente de quórum que tiene un deseo sincero de cumplir sus responsabilidades, que aprende “inquisitivamente” preguntando y averiguando lo que no sabe, que aplica inmediatamente lo que aprendió y que realiza todo lo anterior con una oración en su mente y su corazón estará mejor preparado para servir y el Señor en su misericordia “completará” lo que le faltase.

Moisés encontró ayuda en otros para guiar al pueblo en el viaje por el desierto, pero nunca resignó su llamamiento ni su posición de líder del pueblo de Israel.

Cumplió con su asignación pidiendo ayuda cuando físicamente no daba más. Aceptó el consejo de otro para trabajar eficazmente y lo puso en práctica enseguida. Nunca menospreció su comunicación con el Señor y reconoció siempre su divinidad. Dios lo bendijo con un hermano que se convirtió en su mano derecha y con otros hombres que lo ayudaron en su labor, completando así lo que a él le faltaba.

En nuestro trabajo en la iglesia nunca estamos solos. Una presidencia se conforma de tres personas, todas con sus capacidades potencian el trabajo de una organización.

El obispo cuenta con los hermanos que conforman el Consejo de Barrio para ayudar a las familias. Todos participamos de un proceso de “deseo de servir- aprender - aplicar - enseñar”.

Así como en la antigüedad, todos aprendemos “en la marcha”. Si Aarón no hubiese tenido el ejemplo de la tenacidad de Moisés, o si no hubiera prestado atención a su labor difícilmente hubiera sabido guiar a los israelitas en la colonización de la tierra prometida.

Fue un gran líder porque también fue muy buen alumno.

1 “Los 4 pasos del aprendizaje” por el élder Russell M. Nelson, del Consejo de los Doce Apóstoles. Liahona sep. 1989

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