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17 ene 2010

La Iglesia Divina Restaurada - Parte II - Tinieblas y Luz - Capítulo 1

Continuando con la publicación del libro LA IGLESIA DIVINA RESTAURADA, he aquí la segunda parte comenzando por el Capítulo 1.

Disfrutenlo y meditenlo.


EL MUNDO SIN EL EVANGELIO

AL CONTEMPLAR la obra maravillosa que Jesús instituyó sobre la tierra, uno tal vez pensaría que habría de permanecer entre los hombres para siempre: que nunca podría ser quitada. Efectivamente, jamás habría sido quitada, si los hombres hubieses observado las leyes de Dios, guardado sus mandamientos, continuado aceptando la revelación según la recibían sus siervos autorizados y buscando la inspiración del Espíritu Santo. Fue porque los hombres cesaron de hacer estas cosas que fueron quitados el evangelio, la autoridad divina y la verdadera Iglesia de Cristo de entre ellos y quedaron solos. Cuando el hombre no tiene de quien depender más que de sí mismo, es incapaz de continuar la obra de Dios en el mundo. Así será siempre. Tan imposible nos sería a nosotros, en nuestra época, reemplazar las vías de Dios con las nuestras, como lo fue a los que vivieron antes de nosotros. Si se quisiera hacer, resultaría un desastre espiritual. Nuestro único curso es seguir al Señor, como El lo manda, por medio de su autoridad constituída. En ésto hay seguridad y amparo, amparo contra las tinieblas espirituales, amparo contra la apostasía.

Por desviarse de ese curso vino sobre el mundo la gran apostasía y ese período de tinieblas espirituales que dejó al mundo sin el evangelio por tan largo tiempo.

Consultemos los profetas e historiadores para confirmar este hecho.

Fue predicho por los profetas
Siglos antes que ocurriese esta gran apostasía, los profetas del Antiguo Testamento vieron y predijeron el acontecimiento, Isaías uno de los más grandes de estos profetas, dijo lo siguiente sobre ello:

“Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno” (Isaías 24: 5)

Previendo también la triste condición que sobrevendría a la vida espiritual del hombre, Amós declaró:

“He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oir la palabra de Jehová; e irán errantes de mar a mar: desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán” (Amós 8: 11-12)

Estas profecías no pueden aplicarse a ninguna de las condiciones de la época del Antiguo Testamento, pero sí a los tiempos en que ocurrió la apostasía del evangelio de Cristo.

Los profetas del Libro de Mormón también contemplaron con visión profética la triste condición en que caería su propio pueblo después de recibir la luz de la verdad.

Nefi, a quien el Señor otorgó en tan rica manera el Espíritu de discernimiento y profecía, se lamenta de esta manera:

“Y aconteció que ví, que después que hubieron degenerado en la incredulidad, se convirtieron en una gente obscura, repugnante y sucia, llena de ocio y de todo género de abominaciones” (1 Nefi 12: 23) (Hay otras profecías del Libro de Mormón en 1 Nefi 13: 5; 22: 22, 23; 2 Nefi 26: 19-22; 27: 1; 28: 3)

Por supuesto, la causa de tan terribles condiciones fue el abandono del evangelio del Maestro. Más impresionante que las anteriores, sin embargo, son las profecías del Señor Jesucristo mismo y algunos de sus discípulos. Amonestando a éstos contra los disturbios y engaños que seguramente encontrarían en su camino, Él les dijo:

“.......mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24: 4-5)

Continuando esta advertencia a sus discípulos, sobre los cuales El sabía que iba a descansar la responsabilidad de la obra después de su partida, el Maestro les explicó:

“Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aún a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creaís” (Mateo 24: 23 – 26)

Por motivo de su carácter divino Jesús sabía, mejor de lo que jamás expresó, que habría una apostasía de su evangelio. Después de su partida, el espíritu de profecía cayó sobre sus apóstoles. Igual que su Señor, ellos deplorarón las condiciones que previeron. Notemos, por ejemplo, el sombrío cuadro que pinto Pedro sobre la apostacía pasada y futura:

“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras y aún negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blafemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenaciónno se tarda, y su perdición no se duerme” 2 Pedro 2: 1 – 3)

Esta misma idea debe haber ocupado los pensamientos de Judas en una época posterior, porque exclamó:

“Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueon dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; Los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que handarán según sus malvados deseos” (Judas 17, 18)

Quizá el que más vigorozamente se expresó conserniente a la apostasía del evangelio fue el Apóstol Pablo, previendo el desastre que iba a sobrevenir a las enseñanzas e Iglesia de Cristo, hizo esta denunciación:

“Estoy maravillado de que tan pronto os hayaís alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente: No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban, y quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1: 6 – 7)

Entonces, como si con todo el fervor del alma quisiera corregir esta situación, añade:

“Más si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1: 8)

Pablo se estabá dirigiendo a los Gálatas cuando hizo esta vigorosa amonestación. Pero también se expresó en manera parecida a las otras Iglesias que estableció, y entre las cuales podía ver que las semillas de la disención estaba germinando y creciendo. Dirigiendose a los élderes de Efeso, quienes trataban de persuadirlo a no viajar a Jerusalen porque temían que fuera a perder la vida, les declaró:

“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para arrastrar tras de sí a los discípulos”(Hechos 20: 29 –30)

En varios otros lugares se encuentran muchas otras amonestaciones de Pablo a los santos concerniente a la gran apostasía del evangelio.

Los eruditos e historiadores lo admiten

De las declaraciones de los profetas, incluso los apóstoles y el mismo Cristo, hemos visto como estaba aproximándose el mundo religioso a la época en que habrían de perderse el evangelio y la Iglesia de Cristo. Los eruditos e historiados de épocas posteriores, estudiando la apostasía, llegaron a comprender este hecho. Han escrito extensamente respecto a ello. El espacio nos prohibe escribir todos los ejemplos que quisieramos citar. No podemos referirnos sino a unos pocos. Sin embargo, confirmarán la verdad de las predicciones de los profetas.

Uno de estos eruditos, comentando el estado de las cosas que había observado, dijo:

“La triste verdad es que en cuanto el cristianismo quedó difundido extensamente, empezó a absorver la corrupción de todos los países en que fue plantado y a reflejar la naturaleza de todos sus sistemas de religión y filosofía” (Students Ecclesiastical History, por Philip Smith, Tomo I, pág. 49)

Otro escritor, cuyas observaciones son semejantes a las anteriores, dice:

“En la última parte de la época de Pablo ya empezamos a ver muchas cosas diferentes de lo que fueron originalmente; de manera que no debe parecer extraño que otros cambios fueran introduciéndose en la Constitución de las comunidades (cristianas) por motivo de las circunstancias alteradas de los tiempos que sucedieron inmediatamente a los de Pablo o Juan. Entonces surgieron esas violentas oposiciones y cismas, esos peligros con los cuales las corrupciones engendradas por la gran cantidad de elementos extraños amenazaron el cristianismo primitivo” History of the Christian Religion and Church, por Neander, Tomo I, pág, 191).

El Dr. Mosheim, ampliamente conocido por su gran erudicción y exactitud en escribir, casi nos asombra con estas acusaciones:

“Innecesariamente se añadieron muchos ritos a la adoración religiosa así pública como privada, causando grandes ofensas a los hombres buenos; y principalmente por la perversidad del género humano que se deleita más con la pompa y esplendor de las formas y espectáculos externos, que con la verdadera devoción del corazón. Hay buenas razones para creer que los obispos cristianos intencionalmente multiplicaron los ritos sagrados con objeto de granjearse mayor amistad entre los judíos y los paganos. Pues estos dos pueblos siempre habían estado acostumbrados a numerosas y espléndidas ceremonias, y creían que era parte esecial de la religión” Institutes, por Mosheim. Tomo I, Siglo II, cap. 4)

Podrían multiplicarse en gran manera afirmaciones como las anteriores, pero no podemos continuar indefinidamente. Citaremos solamente una más:

"Además, las aspiraciones ambiciosas que muchos tenían de ocupar un puesto y las imprudentes e ilícitas ordenaciones que se verificaron, las divisiones entre los mismos confesores, los grandes cismas y dificultades empeñosamente fomentadas contra las reliquias de la Iglesia entre los miembros nuevos, por las facciones, una innovación tras otra e introduciéndolas sin piedad en medio de todas estas calamidades, amontonando aflicción sobre aflicción – todo esto, digo yo, he decidido pasar por alto, juzgándolo ajeno a mi propósito, deseando como dije al principio, evitar hacer una relación de esas cosas” (Book of Martyrs, por Eusebio, pág. 12).

El hermano B.H. Roberts, bien enterado de estas evasivas de los escritores, cuando se refieren a los males sociales y religiosos que acompañaron a este período de tinieblas, comenta en esta forma:

“De modo que, pese a la mala condición a la que se hallaba la Iglesia a los ojos de los ecritores eclesiásticos, debemos entender que era peor todavía; por numerosos los cismas, por impías las ambiciones de los prelados codiciosos, por frecuentes y serias las innovaciones que se introdujeron en las ordenanzas primitivas del evangelio, por grande la confusión y apostacía de la Iglesia que nos son presentados, debemos entender que fue peor, pués los historiadores eclesiásticos que vivieron en los días de esos acontecimientos no quisieron escribir estas cosas totalmente, por temor de que resultasen desastrosas para la Iglesia, así como algunos de nuestros eruditos modernos que dicen estar escribiendo la historia de la Iglesia expresan su determinación de disimular la corrupción y abusos que forman la mayor parte de la melancólica historia de las crónicas de la Iglesia, temiendo que si se relatasen estas cosas parecería que la religión verdadera difícilmente tenía existencia.” Introduction to Documentary History of the Church, por B.H. Roberts, Tomo I, pág. xx).

Tales fueron las condiciones que prevalecieron durante el largo período de la apostasía, las cuales los profetas previeron y predijeron y los eruditos e historiadores observaron, constituyen un triste comentario sobre las páginas de la historia religiosa. Pasando de una consideración de los hechos de este período tan negro, estudiemos ahora algunas de las influencias que surtieron tan desastrosos efectos en el evangelio e Iglesia divinos.

Influencias que obraron para destruir la Iglesia

1. Actitud erronea.- Cuando la actitud es correcta, los individuos y la sociedad se benefician. Cuando son incorrectas, ambos sufren. Los aspectos constructivos de la obra de Cristo han beneficiado a todo el mundo, cuando se ha correspondido a ellos debidamente. Se ganan los corazones por medio de la ternura, la bondad, la actitud de querer ayudar, la devoción, el sacrificio, abnegación y amor. Lo contrario de estas cosas – el celo, envidia, avaricia, egoísmo, odio y deseos de la carne – destruyen la confianza. Siembran la sospecha en el corazón de aquellos que son afectados indirectamente. Estas actitudes destructivas influyeron en las vidas de gran número de los dirigentes religiosos, y también en la vida política, social y económica. Reemplazaron las virtudes cristianas que deberían haber estado en los hombres que ocupaban altos puestos en la Iglesia. Como consecuencia, no hubo lugar en su corazón para el Espíritu de Dios, y no les quedó de quien depender más que de sí mismos. No es de extrañarse, pues, que haya descendido sobre el mundo la obscuridad espiritual. Dejaron de existir entre ellos la autoridad divina y la luz de la verdad

2. La falsa ambición.– La humildad posee cierta fuerza. Cuando está ausente, cuando la falsa ambición toma su lugar en la vida humana, es seguro que los resultados serán malos. Los dirigentes religiosos de aquella época estaban bajo la influencia del amor del poder, más bien que del amor de Dios y de sus semejantes. Buscaban los aplausos de los hombres. Menospreciaron las bendiciones del Espíritu Santo. Así fue como se perdió la luz y visión espirituales que necesitaban.

3. Degradación moral. – La falta de luz e inspiración espirituales siempre conduce a la degradación moral. Así sucedió en sumo grado durante los siglos conocidos como la Edad Media, un período en el cual prevaleció la apostacía. Sin intentar examinar detalladamente esta degradación moral, más bien indicaremos su carácter mediante algunos ejemplos que citaremos de escritores eminentes:

“Ellos (el pueblo) se dedicaron al arte de acumular riquezas; los pastores y los diáconos olvidaron, cada cual, sus deberes; se hizo caso omiso de las obras de misericordia y la disciplina desendió a su nivel más bajo; prevaleció el lujo y el afeminamiento....... se practicaba el fraude y la decepción entre los hermanos...... y aun muchos obispos, que deberían haber sido guías y ejemplos de los demás, descuidaron los deberes particulares de su puesto y se dedicaron a actividades seglares. Abandonaban sus residencias y sus rebaños; viajaban a distantes provincias en busca de placeres y beneficios; ninguna ayuda prestaban a sus hermanos necesitados, antes tenían una sed insaciable de dinero. Se hacían de propiedades por medio del fraude y la usura excesiva. ¿Qué no merecemos padecer en vista de esta conducta?” (Cipriano, citado por Milner en su Church History, Tomo I, Siglo III, cap. 8)

El hermano B.H. Roberts, al tratar de ese asunto, emplea extractos de escritores tales como Milner, Eusebio, Neander, Mosheim y otros para indicar la influencia de la hipocrecía, fraude, injusticia, falta de piedad, amor excesivo de los honores y las riquezas, de comprar posiciones en la Iglesia con dinero, de comprar el favor de los reyes mediante costosos regalos, de dar a los “convertidos” que se bautizaban “una vestidura blanca junto con veinte piezas de oro”.

¡Cómo contrastan estas cosas y la sencillez, honradez y alta moralidad que enseñó Jesús, y anheló que todos los hombre siguieran! ¿Se extraña, pues, que se hayan desarrollado dentro de la Iglesia falsas doctrinas, ceremonias y prácticas?

4. La infiltración del paganismo. – Poco después que Constantino asumió el poder, el paganismo se insinuó en la Iglesia Cristiana. Esto se ve claramente en la filosofía pagana que sustituyó a la doctrina cristiana. Queda indicado en la introducción de tales cosas como reliquias, ropas lujosas para los sacerdotes, la cruz como símbolo para ahuyentar los espíritus malignos, y muchísimas otras innovaciones. Nada de esto hubo en el evangelio e Iglesia de Cristo, ni hay manera de hacerlas armonizar con su manera de vivir. Son y siguen siendo ideas paganas, aun cuando se hallan en lo que es llamado la Iglesia Cristiana”.

5. La Iglesia se vuelve perseguidora. – Cuando un doctor de la ley vino a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?”, la respuesta fue: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a tí mismo” (Mateo 22: 36- 40).

Este principio de amar a Dios y al prójimo es fundamental en todas las enseñanzas de Cristo. Es el precepto que debe guiar a los hombres en sus relaciones el uno con el otro. Sin embargo, ¡cómo fue olvidado o menospreciado cuando la Iglesia perdió el Espíritu de Dios y su autoridad!

Guíada por el egoísmo, los celos y la ambición del poder, más bien que por ese amor que se ejemplificó en la vida de Cristo, la Iglesia se tornó en perseguidora. En lugar de orar por los enemigos, se empleó la espada con mucha frecuencia. Miles fueron muertos porque tuvieron la temeridad de oponerse a la Iglesia cuando la creyeron en error. Se excomulgaba tanto a individuos como a comunidades, no precisamente por haber cometido algún pecado o falta moral, sino por haberse opuesto a la Iglesia. Todo esto nació de una falta completa de consideración hacia la vida y personalidad humanas. Ninguna justificación hay para ello en el plan de Cristo para la salvación del género humano.

6. Iglesia de hombres. – Meditando las condiciones que acabamos de mencionar, uno no puede menos que llegar a la conclusión de que son características de las Iglesias de los hombres únicamente. No prevalecen en la Iglesia de Jesucristo, guíada por el espíritu del Maestro y por el Espíritu Santo. Es verdad que los hombres buenos pueden cometer errores, pero solamente las instituciones hechas por los hombres pueden permanecer por tanto tiempo en el error y la corrupción.-