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14 feb 2010

La Iglesia Divina Restaurada - Parte II - Tinieblas y Luz - Capítulo 3

EN BUSCA DE LA VERDAD

Buscadores de la Verdad

EN TODAS las épocas ha habido muchos hombres, en distintos países, que han buscado la verdad diligentemente. En la China antigua tenemos a Lao Tsé y a Confucio; en India, a los brahmanes, Buda, Nanak y otros; a Zoroastos en Persia; Mahoma en arabia; en las épocas medievales y modernas, a hombres como Clemente de Alejandría, Orígenes, Cipriano, Juan Huss, Erasmo, Lutero, Zwinglio, Calvino, Knox y otros. Se manifestaron en ellos las cualidades de integridad, sinceridad de própósito y honestidad. Fueron personas devotas, resueltas y atrevidas en cuanto a su búsqueda. Poseían ciertas virtudes que todo investigador debe poseer al andar por la senda que conduce a la verdad. Tenían el deseo de conocerla y poseerla. La amaban más que a las cosas terrenales. Su fe era fuerte. No había obstáculo que pudiera inpedir su carrera. Ni vacilaron ni se apartaron del camino, sino que persistentemente lucharon por seguir adelante durante largos años de sufrimiento, en algunos casos costándoles la vida. Eran de corazón humilde, dispuestos a sacrificar cualquier cosa por la causa que habían abrazado. Deseaban orientación divina y rogaban que se les concediese. Indudablemente la recibieron en cierto grado. Eran personas buenas y grandes, y se esforzaron por iluminar a su pueblo con la verdad. Sin embargo, a pesar de sus finas cualidades se hallaban limitados, pues no se les había conferido la autoridad divina. Estaban preparando el camino para la verdad mayor, y sin ellos el mundo se habría hallado en tan completo estado de tinieblas, que no se habría realizado la aurora de la verdad completa.



El espíritu que debe influir en el que busca la verdad

Deseamos recalcar lo que se dijo anteriormente, que es necesaria la humildad cuando recurrimos a Dios en nuestra busqueda de la verdad. ¿Podría Dios tolerar un corazón soberbio? ¿Se ha confiado alguna vez a los altivos la tarea de enseñar las verdades sencillas del plan divino de Dios para salvación del género humano? ¡Nunca!. De modo que si vamos a buscar la verdad debemos hacerlo con un espíritu humilde.

Sin embargo, cuando se descubre la verdad, no puede ni debe uno retenerla solamente para sí. Tiene que compartirse con otros, porque todos son hijos de Dios, y el Señor desea que todos sus hijos tengan el evangelio, el cual es esta verdad de que estamos hablando. No hay ninguna aristocracia en cuanto a la verdad. Jesús lo declaró cuando enseñó a sus discípulos:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura....... Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudandoles el Señor, y confirmando la palabra con las señales que la seguían” (Marcos 16:15, 20)

El evangelio puede impresionar cuando lo predican las personas de corazón humilde. Cuando es predicado por personas de espíritu altivo y corazón soberbio, difícilmente influye en el oyente. Los humildes con frecuencia convencen a otros; los orgullosos, raras veces. La humildad engalana a los grandes, la soberbia no. Si tenemos presente el carácter de los directores religiosos de épocas pasadas, podremos darnos cuenta de la verdad de lo que se acaba de decir.

Las cosas divinas que se deben buscar

1. Revelación divina. – Las grandes verdades religiosas, las verdades del evangelio no pueden descubrirse con el bisturí o la probeta. Ni tampoco es posible llegar a ellas por medio del razonamiento solo. Vienen por revelación. El que intenta hallarlas por otros medios ha fracasado aun antes de empezar. El método de investigación debe ser el que Dios ha señalado: la oración humilde, llena de deseo sincero y una fe inquebrantable. Para buscar la verdad, uno debe buscar las revelaciones de Dios. Los investigadores sinceros de épocas pasadas no pudieron reconocer este hecho. Estaban dispuestos a aceptar las sencillas palabras reveladas de Dios. El Señor nos ha amonestado en estos días:

“No niegues el espíritu de revelación ni el espíritu de profecía, porque ¡ay de aquel que niega estas cosas!” (D&C 11: 25)

En estas palabras tenemos la llave a la razón del porque no hubo revelación durante el largo período de apostasía. Los que en otras cosas eran hombres buenos y nobles negaron la necesidad de la revelación y a la vez, el espíritu de ella. Y efectivamente, “ay de ellos”, porque les faltó la palabra de Dios que necesitaban. No la buscaron.

2. Autoridad divina. – Los que quieren declarar la verdad deben tratar de hacerlo mediante la autoridad debida. El Señor mismo lo ha dicho. Consideremos sus palabras:

“Asimismo, os digo que ha ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi Iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la Iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la Iglesia” (D&C 42: 11)

Este concepto es recalcado más todavía por otra declaración de Señor:

“.......sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la Divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne” (D&C 84:21)

Ojalá hubieran escuchado, entendido y obedecido estas palabras los hombres, después que comenzó la gran apostasía. Se habrían evitado muchos errores y abusos si esto se hubiera hecho. ¡Que fuerza tan grande ha venido a la Iglesia de Cristo en estos postreros días porque los hombres han escuchado, entendido y obedecido! Y además ¡cuán grandes cosas esperan a los hombres si continúan escuchando, entendiendo y obedeciendo estas amonestaciones del Señor!

3. La interpretación divina de la verdad. – La afirmación de que las cosas de Dios se entienden por el espíritu de Dios y las cosas del hombre por el espíritu del hombre se ha hecho axiomática. Para aquellos que pueden discernir el espíritu de Dios y están dispuestos a dejarse guiar por El, la interpretación de la verdad no es difícil. Más cuando desobedecen los dictados del Espíritu Santo, los hombres no pueden interpretar debidamente la verdad divina. Pasan por alto un hecho muy importante, a saber, que la palabra de Dios no es de interpretación privada. Intentan interpretar las cosas de Dios por el espíritu del hombre. Aquellos que buscan la verdad también deben hallar su interpretación verdadera. Esto viene por medio de la revelación concedida a los siervos escogidos de Dios, investidos con la autoridad para interpretarla, mediante la inspiración del Espíritu Santo que se ha buscado con un espíritu contrito y corazón humilde.

Porque los directores religiosos hicieron menos, en forma general, esta manera de proceder durante la apostasía, por todos lados abundaban las falsas interpretaciones de las Escrituras. Y aun cuando hubo muchos que gustosamente les habrían dado su interpretación correcta, no pudieron hacerlo por no estar debidamente autorizados o inspirados por el Espíritu Santo. Les faltaba la revelación y autoridad divinas. No podía haber, por tanto, interpretación divina de las verdades de Dios.

4. La Iglesia divina. – La Iglesia es el repositorio de los principios, ordenanzas y autoridad del evangelio. Es también el medio por el cual se llevan de un alma a otra. Al buscar las cosas divinas uno espera ver la Iglesia divina entrar en el conjunto de la revelación y autoridad divina, e interpretación divina de la verdad. Sería inconsecuente pensar que una Iglesia que no es divina pueda ser el repositorio de cosas divinas. La Iglesia de Cristo ciertamente fue la Iglesia divina. Sin embargo, durante la Edad Media y en épocas posteriores no se les ocurrió a los hombres buscar la Iglesia divina, porque no comprendían que no se hallaba sobre la tierra. Se buscó la manera de reformar la doctrina; se impugnó la autoridad existente; se intentó una interpretación correcta de la palabra de Dios, y sin embargo, raramente se pensaba en un restablecimiento de la verdadera Iglesia de Cristo. La Iglesia existente, con todas sus perversiones y acumulaciones paganas, todavía era considerada la debidamente autorizada. Juan Huss, Erasmo, Zwinglio, Calvino, Savonarola y Knox no parecen haber tenido el deseo de buscar otra Iglesia. Aún Lutero, quizá el más vigoroso de todos los reformadores, quería, al principio, dejar la Iglesia tergiversada en el estado en que se encontraba. No fue sino hasta cuando las circunstancias lo obligaron, que pensó en establecer otra. Y jamás dijo que era la restauración de la que Cristo estableció. Más tarde, ya cerca del tiempo de la restauración, muchos buenos hombres anhelaban y buscaban la Iglesia divina, al paso que buscaban la divina revelación, autoridad e interpretación de la verdad. Tales hombres como Roger Williams, José Fielding, Juan Taylor y muchos otros. Roger Williams, con la esperanza de que se efectuara una restauración de la Iglesia de Cristo, dijo que no había:

“......ninguna Iglesia de Cristo constituida sobre la faz de la tierra, ni había persona alguna que estuviese autorizada para administrar ninguna de las ordenanzas de la Iglesia, no puede haberla hasta que sean enviados nuevos apóstoles por el que es Cabeza de la Iglesia, cuya venida yo estoy esperando” (Picturesque America, pág. 502)

5. Los hombres que buscaron la verdad. – En las secciones anteriores hemos hecho mención de algunos hombres que diligentemente buscaron la verdad en un mundo de tinieblas espirituales. Hubo muchos otros de su misma categoría y más humildes aún, que hicieron lo mismo que aquellos hicieron. También ellos percibieron los errores que prevalecían y anhelaron y buscaron la verdadera luz del evangelio. Podía hallarse esta clase de hombres en todos los países en donde reinaba la apostasía. Los había entre los valdense, los albigenses, los luteranos, los calvinistas, los peregrinos. A veces sus fines eran confusos, pero sus motivos eran dignos de encomio. Algunos, como Martín Lutero, buscaron la luz y la verdad donde no podían ser halladas, es decir, en la misma Iglesia apóstata. Otros, como Roger Williams, comprendieron que ni la verdad divina, ni la Iglesia divina se encontraban sobre la tierra, y esperaban una restauración.

6. El éxito que se logró. - ¿Cuál fue el éxito que alcanzaron estos hombres que buscaban la verdad? No obstante sus esfuerzos, no lograron restaurar una comunicación autorizada con los cielos. De hecho, no podían; no había entre ellos quien tuviese la autoridad para recibir una revelación divina. En igual manera, no había quien estuviese en posición de dar al mundo una interpretación autorizada de la palabra de Dios. Las cosas de vital importancia que estos hombres necesitaban era revelación continua y directa, junto con esa autoridad divina que posee el derecho de recibir y comunicar revelaciones a los hijos de Dios. Pero en vista de que se negaba la comunicación directa con los cielos, no podía haber un revelador autorizado, y sin revelación y un revelador, no podía existir el evangelio e Iglesia de Cristo. Por tanto, el mundo permaneció en tinieblas hasta que pudo prepararse el camino para que regresara el evangelio y la Iglesia verdadera que se perdieron por causa de la apostasía.

¿Qué fue, pues, lo que estos investigadores sinceros realizaron? ¿Permitiría el Señor que pasaran desapersibidos? ¿Fueron dignos sus esfuerzos de algún galardon? ¿Iban a ser sus esfuerzos una pérdida completa? ¿Qué se proponía el Señor llevar a cabo mediante los esfuerzos, luchas e investigaciones de estos hombres?

Algunas veces el fracaso aparente subrepuja el éxito. Así sucedió cuando Cristo murió sobre la cruz y los apóstoles anunciaron que iban a volver a sus ocupaciones anteriores. Así fue cuando Nauvoo fue incendiada y los santos fueron desterrados tan cruelmente de sus hogares. Pero el éxito, en alguna forma, suele levantarse como el Ave Fénix, de entre sus propias cenizas.

Una de las cosas importantes que hicieron estos hombres que buscaban la luz fue preservar viva una pequeña llama de la luz de la verdad a pesar de todos los obstáculos, errores, tregiversaciones y corrupciones que abundaron de siglo en siglo.

Otra cosa que lograron fue ayudar a coordinar, bajo la mano protectora de Dios, el desarrollo de sus propósitos, aún cuando muy lentamente, durante los siglos de tinieblas. Se necesitaba tiempo para leudar toda la masa. El efecto de sus esfuerzos debe buscarse en las condiciones y movimientos que muy frecuentemente se hallan algo retirados de la época y situaciones en que sufrieron y se esforzaron. Ilustremos esta declaración: Las reformas morales defendidas por Savonarola, llegaron a ser parte de la Iglesia Católica antes de cumplirse cincuenta años de su martirio, pero el objeto hacia el cual señalaban, no se persibió sino hasta después de muchos años. El objeto de las reformas de Lutero no se entiende por completo ni aún en la actualidad, aunque ya han pasado cuatro siglos desde que se hicieron. ¿Quién más, aparte de los Santos de los Ultimos Días, entiende su significado completo?

Lo mismo sucedió, no sólo en cuanto a la obra de estos dos, sino la de otros. Iniciaron fuerzas poderosas que produjeron condiciones políticas, sociales y religiosas que a su vez llegaron a ser factores en la preparación del camino para la restauración del evangelio. Esto será considerado en el próximo capítulo.-