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18 abr 2010


La Parábola más olvidada
Por: Héctor A. Olaiz

De las tres significativas parábola que usó el Salvador y que registró Lucas en el capítulo quince de su evangelio: ¿Quién no escuchó la de “La oveja perdida”? Todos la hemos escuchado y usado con la mayor frecuencia. Y ¿quién no ha oído la del “Hijo pródigo”? Seguramente todos también la escucharon, pero con menor asiduidad. Pero ¿cuántos hay que conocen la parábola de “La moneda perdida”? Muy pocos; y hay menos todavía que comprenden su significado. ¿Por qué esto es así? ¿A qué se debe que esta parábola sea la menos mentada? ¿Acaso fue algo que enseñó el Señor cuyo escaso valor justifica tenerla en el olvido?

Las parábolas “son narraciones de sucesos fingidos, de cuales se deducen, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral”, según reza el diccionario; y cada una de las que pronunció el Salvador en su ministerio terrenal, suelen tener más de una enseñanza moral importante.

De estas tres sublimes parábolas que el Redentor expuso a publicanos y pecadores que se habían reunido para escucharlo en medio de fariseos y saduceos que también escuchaban, más alejados en la escena, pero no para aprender, sino para criticar al Señor por reunirse con la gente que ellos despreciaban, el presidente David O. McKay dio una sabia interpretación en un mensaje que pronunció en 1945. Cito algunas de sus apreciaciones para aplicarlas en este artículo.

En cuanto a la oveja perdida:

“Yo pregunto: ¿Cómo es que la oveja se perdió? Ella no era rebelde. Si continuamos con la alegoría, la oveja estaría buscando su sustento de manera perfectamente legítima; pero ya sea por estupidez o quizá por inconsciencia, ella siguió el incentivo del campo, la posibilidad de un mejor pasto, hasta ir más allá del redil y perderse.

“Y así es que tenemos en la Iglesia hombres jóvenes y mujeres jóvenes quienes vagan fuera del redil en caminos perfectamente legítimos. Ellos están buscando el éxito, éxito en los negocios, éxito en sus profesiones y, en poco tiempo, se convierten en indiferentes y finalmente se desvinculan del redil; han perdido el camino del verdadero éxito, quizá estúpidamente, quizá inconscientemente, en algunos casos quizá de buena gana. Están cegados de lo que es el verdadero éxito.”


Y respecto al hijo pródigo:

“El hijo es el más joven, nos es dicho, así que él era inmaduro en sus juicios. Se sentía molesto con las limitaciones, y resentido con la prudencia y la visión del padre. Evidentemente anhelaba mayor libertad y deseaba, por así decirlo, ahuecar el ala.
Dijo a su padre: “Padre dame la parte de los bienes que me corresponden” (Lucas 15:12).

El padre le dio su porción, y se fue lejos.

“Este es un caso de volición, de voluntad, aquí hay elección, elección deliberada. Aquí hay rebelión contra la autoridad. ¿Y que hizo? Desperdició sus bienes viviendo perdidamente; y gastó la porción de sus bienes con rameras. De esta manera él se perdió.

“Jóvenes que comienzan a ser indulgentes con sus apetitos y pasiones, están descendiendo por la senda de la apostasía tan seguro como que el sol se levanta por el este. No circunscribo esto únicamente a los jóvenes; cualquier hombre o mujer que comienza a descender por el camino de la intemperancia, de una vida disoluta, se aparta a sí mismo del redil tan inevitablemente como la noche sigue al día.”
Y luego:

“En estos casos es muy poco lo que se puede hacer más que advertir y rogar hasta que el apóstata, como el hijo pródigo, al final 'vuelva por sí mismo'.”


Y sobre la parábola tantas veces perdida de la moneda perdida:

“Una mujer la perdió, y buscándola en vano, llamó a sus vecinas para que le ayudaran a encontrarla. En este caso la cosa perdida no tenía ninguna responsabilidad propia, alguien que había comerciado con la moneda, por descuido o negligencia, la perdió. Hay una diferencia con la oveja perdida. Nuestra responsabilidad no es sólo de monedas, sino de almas vivientes de niños, jóvenes, y adultos. Ellos son nuestras responsabilidades. Algunos de ellos pueden andar vagando en las noches por la negligencia de los maestros del barrio cuyos deberes son: '…velar siempre por los miembros de la iglesia, y estar con ellos y fortalecerlos; y cuidar que no haya iniquidad en la iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias.'(DyC 20:53,54)

“Hagamos que cada uno cumpla con su deber. Alguno puede que se aleje por una marcada negligencia de una chica en edad de Mutual 1 (y tengo en mente un caso), y del presidente de la Mutual1 que la dejó que se fuera, y fallando de nuevo al no ir por ella el próximo martes a la noche e invitarla a volver . Otro puede haberse perdido por la inactividad del maestro de la Escuela Dominical, o por la indiferencia de ese maestro que está satisfecho con los quince que tiene esa mañana, en cambio de pensar en los quince que no están presentes por su negligencia.


“Nuestra responsabilidad es mantener la confianza que Dios ha puesto en nosotros llamándonos a proteger esas preciosas almas.”


Y en esta interpretación que da el presidente McKay a esta parábola está, creo yo, la respuesta a la pregunta porque es tan poco mencionada, ya que cuando se habla de lo incorrecto, del error o del pecado, siempre es más cómodo hablar de aquello de lo cual el prójimo es responsable, que de lo que nosotros somos responsables, como si fuese una confesión; pienso que esta es la razón por la cual de las tres importantes parábolas, la de la moneda perdida casi nadie la trata, como si esta hubiese caído en un olvido interesado y malicioso.

A lo que el presidente llama maestros del Barrio, hoy llamamos maestros orientadores. Y siendo como es la orientación familiar el único programa de la iglesia que atiende a cada miembro en forma personal e individual con una regularidad mensual, haciendo que cada hermano sienta el interés personal que la iglesia tiene por él y su familia, hace que la interrupción de este servicio represente un desinterés por la persona, una desprolijidad y desorden que de lugar a una fuente, a veces muy caudalosa, de monedas perdidas. Ordenar la casa, para encontrar la moneda extraviada, significará, en este caso, revitalizar una orientación familiar eficaz y constante, motivada por el único motivo que mueve un auténtico servicio a un hijo de Dios: el amor puro de Cristo.

Cierto es que hay otras ocasiones en las cuales un miembro siente que la iglesia lo está tratando en forma personal e individual como un hijo de Dios, interesado en él, particularmente en él; ocasiones tales como una entrevista de diezmos, pero esta es de una vez al año; o para recibir la recomendación para el templo, una vez cada dos años; o la entrevista para la bendición patriarcal y la bendición patriarcal misma, que es única en la vida; o alguna otra entrevista con motivo de un adelantamiento en el sacerdocio o para un llamamiento.

Pero el programa que goza de una manera mensual y continua de dar esa atención personalizada es el de la orientación familiar.

Estos conceptos están basados en lo que declaró el presidente Ezra Taft Benson en abril de 1987 en un mensaje al sacerdocio:

“No hay mayor llamamiento en la iglesia que el de maestro orientador. En la iglesia no hay un servicio mayor, rendido a los hijos de nuestro Padre en los Cielos que el servicio rendido por un humilde, dedicado y comprometido maestro orientador”.

Y, en ocasión de haberse instituido la Correlación del Sacerdocio, en 1967, se modificó la figura y consecuentemente el nombre del programa de lo que eran los “maestros visitantes del Barrio” (ward teaching, en ingles). El nombre del nuevo programa fue: “orientación familiar”; (home teaching, en inglés), cuya nueva característica más significativa queda explicada en lo que dijo el presidente Harold B. Lee en la reunión del sacerdocio de la Conferencia General Semianual el 30 de setiembre de 1967, al referirse al propósito de la orientación familiar:

”La orientación familiar, en esencia, significa que nosotros consideramos separadamente a cada individuo miembro de la familia que constituye el hogar. La orientación familiar, a diferencia de los maestros visitantes del Barrio, está para ayudar a los padres en los problemas y en el esfuerzo para enseñar en el hogar a sus familias las responsabilidades fundamentales de los padres, en contraste con el mero hecho de dar un mensaje, un mensaje del evangelio, al grupo familiar”

Y así es con todas las clases y reuniones generales de la iglesia: se da una clase al grupo; se pronuncia un discurso a toda la congregación. Pero, como bien lo dijo el élder Nelson en una Conferencia General pasada: “la salvación es individual, mientras que la exaltación es familiar”, mas no hay exaltación sin salvación.

Por esto es necesario una atención personalizada a cada miembro, tarea que mayormente recae en el maestro orientador. La falta de atención ocurre cuando la casa (la clase, el Quórum, el Barrio, ...) está sucia y desordenada; y la parábola enseña que se puede asear y ordenar, y entonces encontrar a las monedas perdidas.


1.- En la época en la cual hablaba el Pte. D. O. McKay, año 1945, la Mutual (hombres y mujeres jóvenes de ahora) tenía sus reuniones los martes por la noche.