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9 may 2009


¡Auxilio!
Pasé a la Sociedad de Socorro


Por Karina Michalek de Salvioli

Finalmente llegó el día tan esperado por seis largos años; en la reunión sacramental el obispo nos entregará a las jovencitas la medalla de reconocimiento a la Mujer Virtuosa y una quisiera gritar:¡¡¡SE ACABARON LAS METAS Y LOS PROYECTOS!!!

Confiadas y muy contentas caminamos por el pasillo del salón para buscar el premio por tanto esfuerzo. Aunque reconocemos que sin la ayuda de nuestras maestras hubiera sido difícil que lo lográsemos, el mérito igual es nuestro.

Terminamos una etapa llena de actividades en donde nos sentimos el centro del mundo: fuimos las abejitas del barrio a las que los abejorros (léase chicos) molestaban con chistes tontos; fuimos las damitas que empezaban a participar de bailes en la estaca y las laureles que nunca supimos por qué nos llamábamos laureles. Pasamos de chiquillas de 12 años a convertirnos en “jóvenes adultas”, algo que suena a “joven envejecida” o “todavía no eres ni esto ni aquello”.



La alegría de ver nuestro Progreso Personal completo se va diluyendo a medida que transcurre nuestra primera clase en la Sociedad de Socorro.

El primer domingo la presidenta de la Soc.Soc. nos recibe con una hermosa tarjeta firmada por las hermanas presentes. Pero no es como la que recibíamos en mujeres jóvenes; está impresa y sólo llenaron un espacio en blanco con nuestro nombre y la fecha. Nos consolamos cuando una amiga nos explica que las hermanas no tienen tiempo de hacer tarjetas a mano.

El salón está bien ordenado, con láminas, carteles, manteles en la mesa y sobre el piano cerrado, hermosas flores provenientes de algún jardín cercano. Las hermanas sentadas se saludan y se pasan las últimas novedades. Nada diferente a lo que pasaba en nuestra clase de mujeres jóvenes.

Comienza la reunión. La presidenta nos hace poner de pie, en nuestro carácter de “nueva”, dándonos la bienvenida. Una hermana del fondo comenta:”-¡Pensar que la conozco desde que estaba en la panza de su mamá!” Otra pregunta si tenemos novio y ante nuestro silencio nos dice que somos muy jovencitas para tenerlo. Luego sigue la presidenta con una larga lista de anuncios de actividades y pedidos especiales.

Entre ellos se destaca el de voluntarias para cuidar a una hermana internada. Y allí las vemos en acción, poniéndose de acuerdo con horarios, explicaciones sobre por cuál escalera hay que subir para ver a la enferma (¿será que una es más alta que otra?), número de la habitación (el número varía según use o no dentadura postiza quien hable entre 166 o 176), aclaraciones de la enfermedad (no pudimos saber de qué estaba enferma), la última noticia sobre la internada y una extraña discusión sobre quién tiene el último parte médico.

Luego de “ponerse de acuerdo”, pasamos a cantar un himno. No hay música; sólo las voces de mujeres que parece que no escuchan muy bien, el llanto de varios bebés y un cuchicheo de hermanas que preguntan la dirección del hospital y la aclaración de la escalera.

Comienza la clase, por suerte tan bien preparada como la de nuestra maestra anterior. Mientras tanto, recibimos en nuestras manos un calendario para poner nuestros nombres. Lo miramos desconcertadas tratando de adivinar de qué se trata cuando un alma caritativa nos susurra: “Anotate para darle de comer a los misioneros.”

Pasamos el calendario porque tenemos que consultar con mamá. Pero ni bien empieza la clase, una hermana acota que ella no está de acuerdo con cuidar a la hermana enferma por la noche. Que prefiere ir bien temprano a la mañana. ¡Ese no es el tema de la clase!

Nuestra amiga nos aclara que esa hermana mayor está un poco sorda.
De pronto vemos que alguien que está contestando una pregunta se pone a llorar porque se acordó de algo que no entendimos muy bien qué era. La maestra agradece la participación pero la clase se detiene nuevamente para esperar a que encuentre los anteojos quien debe leer una escritura. No los encuentra y termina leyendo con los anteojos de la que estaba sentada delante suyo. Hacia el final, todas quieren participar y la maestra se desespera por terminar a tiempo.

Alguien se ofende porque no la dejan hablar (cuando escuchamos su voz durante toda la clase), otra hace una pregunta por la internada en el hospital, la presidenta intenta ordenar el final de la reunión y nosotras nos preguntamos: "¿Esto es la Sociedad de Socorro?"

Al terminar la clase, una madre joven se nos acerca y nos calma: “Espero que no te hayamos asustado, no siempre es así.”

Ingenuas creemos que ya pasamos lo peor. Pero no salimos del asombro cuando una amiga de mamá se acerca con un papelito y nos dice: “Este es tu distrito de maestras visitantes, llamá a tu compañera y avisale que sos la nueva”. Leemos el “papelito” y no conocemos a ninguna de las hermanas que figuran ahí, ni siquiera a nuestra compañera.

La secretaria se nos acerca y nos pide que dirijamos la música el domingo siguiente y enseñemos la historia del himno “Sirvamos unidas”; para ello debemos llamar a la directora de música de la estaca y pedirle ayuda. Obvio, nos entrega otro papelito con un número de Tlf.

La hermana encargada de servicio caritativo nos pregunta si tenemos algún horario libre, ya que no estamos casadas, para ir a visitar a la internada y nos da el papelito con el número de habitación y la escalera correspondiente.

Quien está encargada de historia familiar nos invita a buscar nuestra genealogía y nos da el horario en un folleto; es más organizada.

Y nuevamente la secretaria se nos acerca con otro papelito para que asistamos a la reunión de Superación Personal para aprender “cómo hacer mantelitos utilizando una sábana vieja”.

Terminamos con un montón de papelitos que intentamos ordenar mientras comienza la Escuela Dominical.

La primera vez puede ser atemorizante, aterradora y espeluznante. Pero con el tiempo comprobamos que las hermanas son encantadoras. Disfrutamos cuando vemos a la abuela de una amiga relatar su conversión al evangelio. Nos reímos junto a nuestra maestra de la primaria cuando comparte una experiencia sobre los llamamientos. Disfrutamos las clases de Superación Personal al aprender sobre nutrición. Nos anotamos en el “taller de cocina para dos”, con la esperanza de ponerlo en práctica pronto. Todas las semanas nos juntamos varias jóvenes adultas con nuestra maestra quien está un poco sorda, pero tiene mucho sentido del humor. Aprendemos a organizarnos para ayudar a otros. Descubrimos que hacer las visitas puede ser una buena preparación para ir a la misión. Por lo menos una vez al mes tenemos una clase dominical sólo para las jóvenes y nuestra maestra nos demuestra su amor al darnos la clase con un bebé en brazos, al cual todas queremos acunar.

Una de nuestras amigas es la líder de las jóvenes y ella organiza los viajes al templo, nos mantiene al tanto de los bailes, cursos de instituto, convenciones, charlas fogoneras y noches de hogar para los jóvenes del barrio.

El paso de Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro puede tener sus matices más o menos trágicos y divertidos.

Con el tiempo vemos que podemos salir edificadas al compartir tan diversas experiencias. Aprendemos a vivir el evangelio al ayudarnos unas a otras y descubrimos así el significado de la caridad. Es la organización en donde vemos, sentimos y vivimos “la caridad”.

No será entonces tan difícil integrarnos a esta hermandad mundial, de mujeres consagradas a edificar el reino de Dios sobre la tierra. De mujeres que no toman en cuenta nuestro estado civil, ni social, ni cultural, para servirse mutuamente, porque todas “somos hijas espirituales de Dios amadas por Él” (Declaración de la Sociedad de Socorro)

Estilo SUD