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7 jul 2009


Con el barro sobre los ojos

Por Héctor A. Olaiz

Cuando Jesús le dio la vista a un ciego de nacimiento, no lo hizo como respuesta a un pedido suyo, y fue hecho en dos etapas, primero untando sus ojos con barro y luego pidiendo al ciego que fuese al estanque de Siloé a lavarse. El ciego fue, se lavó, y volvió viendo. El milagro se hizo por el poder de Dios que el Salvador tenía, pero le dio al ciego la responsabilidad de completar la acción del milagro, una acción simple pero trascendente, sin la cual el milagro no se hubiese concretado: ir y lavarse. Si el ciego no hubiera ido a lavarse, por incredulidad o por lo que fuera, hubiera permanecido con el barro sobre los ojos y sin visión.

Pero hay distintos tipos de visiones y, en consecuencia, también de cegueras.
La visión sólo es posible en presencia de luz y, como no podría ser de otra manera, comparte con ella su vasta complejidad. Porque así como se requiere una mente divina para tener una acabada comprensión del universo físico y del universo espiritual; y se necesita la omnisciencia de Dios para discernir claramente entre esos dos universos, cuánto más se requiere para entender la naturaleza de la luz como el elemento material que se monta entre ambos universos, por ser el más sutil de los elementos físicos y tal vez el más concreto y ponderable de los elementos espirituales. Y, en concomitancia con ella está la visión, que tanto puede comenzar como un estímulo de la componente física de la luz sobre el ojo de la carne, para completar luego la imagen en la comprensión que de ella se realiza en la mente, que es parte del cuerpo espiritual, como manifestarse directamente sobre la mente con su componente espiritual a través de los ojos del espíritu. Para cimentar la validez de esto que digo, cito una escritura y la afirmación que de ella hace un profeta.

"Y la luz que brilla, que os alumbra, viene por medio de aquel que ilumina vuestros ojos, y es la misma luz que vivifica vuestro entendimiento, la cual procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio.” (DyC 88:11-12)

“Es la luz del sol y el poder por el cual fue hecho; es la luz de la luna y el poder por la cual fue hecha; es la luz de las estrellas y el poder por el cual fueron hechas. Y Él dice que es la misma luz que vivifica el entendimiento de los hombres. ¿Qué? ¿Tenemos nosotros una luz mental y una luz visual, ambas procediendo de la misma fuente? Sí, eso dice la escritura, y eso dice la ciencia cuando es comprendida correctamente” (Presidente John Taylor (December 31, 1876 – Journal of Discours Vol. 18)

No hay visión sin luz, pero cuando el ojo carnal del hombre en la visión física, o el ojo espiritual en la visión de esa misma naturaleza, adolece de ausencia o de imperfección, puede haber luz sin que el hombre la vea ni distinga las imágenes a las cuales esa luz da vida. Es la ceguera, a veces total y otras veces parcial.

El hecho milagroso realizado por el Salvador con el ciego de nacimiento, con una ceguera física, se me ocurre parecido, en muchos aspectos, a algunas experiencias que he tenido en consejos disciplinarios –en mi tiempo llamados tribunales– llevados a cabo en la Estaca que presidía, en los cuales se manifestaban cegueras espirituales más que físicas. Aunque me referiré a uno en particular, ha habido varios similares y otros disímiles.

Para ello transcribo parcialmente algunos párrafos de mi historia personal donde relato lo acontecido entonces, en dos momentos distantes entre sí.

“Ayer realizamos dos Consejos Disciplinarios en el Sumo Consejo. En ambos pudimos sentir la presencia de un buen espíritu con una demostración de mucho amor hacia los hermanos que fueron juzgados. Un hermano, quien por primera vez participaba en uno de estos consejos, nos dijo que estaba asombrado y maravillado por el espíritu tan especial que había sentido en todo momento; y el obispo, que también asistía por vez primera a un tribunal, dijo que tal vez nosotros no nos percatábamos de ello, pero que él, como observador, sintió la presencia de un espíritu divino. Uno de los hermanos, que fue excomulgado, después de escuchar el resultado del fallo, agradeció el amor recibido durante el juicio y dijo que se daba cuenta de que esa decisión le daba la oportunidad de comenzar de nuevo.

Le aconsejamos que siguiera asistiendo a la iglesia, y luego le pedimos al obispo que mandara a su hogar los mejores maestros orientadores. Cada uno de la presidencia y del Sumo Consejo saludamos cariñosamente a ambos.”

Y en otra instancia de mi historia, algunos años después, en la cual hago referencia a ese mismo episodio, continúo diciendo:

“Hoy puedo relatar muchas cosas más con respecto a lo que pasó después de ese consejo disciplinario, cosas que son de una profunda enseñanza.

El hermano, tal como le habíamos aconsejado, siguió asistiendo a las reuniones de la iglesia; él tenía muchos amigos entre nosotros. Pasado un tiempo prudente, pidió ser readmitido en la iglesia. Nos reunimos nuevamente con el Sumo Consejo y con mucho gozo accedimos a su pedido. Puedo dar testimonio de que recién entonces, y por primera vez, noté a este hermano realmente activo en el evangelio. Pasaron algunos años más después de su segundo bautismo y nos encontramos ocasionalmente en el Salón Celestial del Templo, nos dimos un gran abrazo y él me dijo: "Héctor, si ustedes no hubieran procedido como procedieron en aquel consejo, hoy yo no estaría acá, realmente se los agradezco". Ambos lloramos.

Cuando murió, era el presidente del Quórum de Élderes de su Barrio. Antes, con más de veinte años de ser miembro, jamás había tenido un llamamiento de responsabilidad”


Este hermano tuvo alguna ceguera después que fue concebido del agua y del espíritu, ceguera que lo hizo tropezar gravemente. La excomunión fue como poner un barro espiritual en sus ojos ciegos, y la recomendación que le dimos y el amor que le mostramos, fue como mandarlo a lavarse en el estanque del Enviado (Siloé); y él lo hizo, porque tuvo la fe para hacerlo, y volvió viendo. El milagro se concretó por el poder de Dios y él cambió y volvió siendo lo que antes, por la ceguera que cubría su visión espiritual, nunca había sido, un hombre verdaderamente activo en el sacerdocio, tanto es así, como digo en mi historia, que cuando falleció era el presidente de su quórum de élderes; y no sólo que entonces veía, sino que ayudó a muchos otros para que también viesen.

Hubo otros casos similares en mis años de presidir. Pero también hubo otros distintos, cuyos ojos ciegos también fueron cubiertos con barro, pero que al no tener la fe necesaria para ir y lavarse, el milagro, que podría haber sido, no se completó, y persistieron en la ceguera, y todavía con el barro milagroso sobre sus ojos, sucumbieron en la telestialidad mundana.

El milagro no fue hecho por nosotros que, en forma figurada, solo pusimos el barro y mandamos, en el nombre de Dios, limpiarse; quienes se limpiaron recibieron, al decir del profeta José Smith, vida y salvación; pero hubo quienes no se limpiaron permaneciendo sucios y ciegos. El Señor hizo lo suyo, pero ellos no completaron el milagro.

Publicado en Estilo SUD