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12 jul 2009


El hermano Ofendido
por el Elder Neal A. Maxwell del Consejo de los Doce

Este mensaje fue pronunciado en la sesión del sacerdocio en la conferencia general de abril de 1982

Nuestro Pastor, Jesucristo, en diferentes y repetidas ocasiones nos ha dado consejo sobre aquellas cosas que pueden causar que algunos de los de su rebaño se vuelvan inactivos e indiferentes, se sientan ofendidos o apostaten. Las preocupaciones y los placeres mundanales, la tentación, la persecución y la aflicción, aunando esto a agravios, desaires o las acciones hipócritas de otras personas son las causas de que muchos tropiecen y se separen del verdadero camino. (Véase Mateo 13:21; Lucas 8:13, 14; Mateo 24:10.)

Hermanos, aparte de nuestra propia familia, nadie nos necesita más que aquellas almas que integran este grupo; porque al contrario de aquellos que nunca han escuchado el evangelio, estas personas han conocido algo de la luz de Dios, y por lo tanto tienen alguna responsabilidad. ¡De allí nuestra premura por traerles nuevamente al redil!

Esta obra de reactivación con frecuencia incluye la participación en grupos de estudio y actividades sociales, pero lo esencial es que se realice teniendo en cuenta a una sola persona a la vez y en una forma discreta y con dignidad. Es una obra que no se ha de llevar a cabo de acuerdo con las estadísticas sino más bien por medio del Espíritu; por el amor genuino que por una simple técnica y aun más por querer extender una mano amiga.

En la activación no podemos valernos de trucos ingeniosos, y una campana improvisada usualmente fracasa, porque "el hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte" (Proverbios 18:19). Además, mientras nos ponemos en un sitio más alto para darle la mano al caído, no debemos pensar ni por un momento de que lo estamos haciendo por aumentar nuestras filas, sino hemos de tener presente la naturaleza espiritual de la obra. Además, tampoco debemos abandonar al caído poco después de haberlo levantado; no debería ser necesario encontrar a los escogidos más de una sola vez.

El primer paso que debemos dar es el de estar al tanto, cuando sea posible, de las causas de la inactividad de la persona para poder adaptarnos a sus necesidades. Sin embargo, nunca subestimemos la eficacia que una invitación firme y directa, instando con amor, pueda tener en la vida a una persona. Aunque el amor no sea correspondido, nunca deja de surtir algún efecto.

Segundo paso, reconocer que es un trabajo que lleva tiempo y que interrumpe nuestras actividades rutinarias; eso nos lo enseña la parábola del buen samaritano. (Véase Lucas 10:29-37.) Algunas heridas requieren más que un simple vendaje.

El tercer paso, que debe ser cuidadosamente estudiado por los comités ejecutivos del sacerdocio y los consejos de correlación de los barrios, es el de asegurarse de que exista compatibilidad entre las personas, ya que el afecto personal genuino vale más que el interés colectivo. Sin embargo, esta labor de hermanamiento no debe limitarse a quórumes y comités hasta tal punto que los amigos y los vecinos consideren que no tienen ninguna responsabilidad. Es preciso que se cuente con la inspiración del Señor, ya que en la obra de la reactivación la mejor alternativa tal vez constituya el único medio para realizarla con éxito. Es posible que el ayuno y la oración sean esenciales a fin de saber el momento indicado para dar el paso.

Cuarto paso, dar a esos hermanos una buena oportunidad para servir, ya que en verdad se les necesita. Este fue un principio que Moisés aprendió cuando le pidió a Hobab que fuera su guía (véase Números 10:29-38).

Recordad que aunque por su situación necesitan un amor incondicional, por lo general anhelan una pequeña oportunidad para expresar su propio amor y compartir sus talentos. Por ejemplo, las presidencias de los quórumes de elderes deben organizar diferentes comités con un élder a la cabeza de cada uno y con dos o tres miembros activos. A cada comité se le puede proporcionar los nombres de hermanos que se estime estarían dispuestos a servir en los comités cuando se les pidiera, como por ejemplo en los comités de atletismo y de bienestar. Es posible que los hermanos inactivos no estén dispuestos a aceptar una invitación para empezar a ir a la Iglesia, pero si la de pertenecer a un comité determinado en el que pueden emplear sus talentos y realizar aquello que sea su interés. Un miembro inactivo empezó como encargado de saludar a los hermanos al comienzo de las reuniones y ahora es obispo.

Recordemos, hermanos, que ninguno de los pioneros de la Iglesia se inactivó durante su penosa travesía porque sentían profundamente que se necesitaban entre sí, que eran útiles los unos para los otros.

Quinto paso, proveer la enseñanza necesaria. La activación requiere conversión. El creer requiere que se comprendan las enseñanzas del evangelio. La instrucción en los quórumes y en las clases de Fundamentos del Evangelio debe ser excelente y aquellos que asistan a ellas deben sentir el Espíritu del Señor a medida que reciban la instrucción, porque lo que estas personas necesitan es el pan de la vida y no unas simples migajas. El padre del hijo pródigo no dio a este las sobras, sino que le preparó un banquete.

Los seminarios de preparación para ir al templo deben llevarse a cabo con sencillez para que resulte más fácil el aprendizaje. Asignad a matrimonios encargados del hermanamiento para asistir a estos mismos seminarios junto con los matrimonios inactivos. A los que asistan se les debe instar en una forma amorosa a fijar metas personales para que puedan prepararse para ir al templo.

Hemos visto en los estudios realizados al respecto, que el treinta por ciento de aquellos a quienes se invita a los seminarios concurren a ellos. En cuanto al resto, la experiencia ha demostrado que si se les trata debidamente, permitirán que los líderes del sacerdocio vayan a sus hogares a enseñarles. Hermanos, ante hechos tan evidentes, ¿qué es lo que tememos?

Estas estadísticas demuestran lo importante que es el no ser únicamente preocupados espectadores, porque hermanos, francamente, la razón por la que se logra tan poco es que estamos haciendo muy poco. En una ocasión, alguien le preguntó a un experto tallador de madera cómo podría llegar a ser como él, a lo cual, el experto, sin vacilación alguna, le contestó: "Sencillamente, comience a tallar la madera". Hermanos, ¡comencemos a "tallar nuestra madera"!

El sexto paso es recordar que la mano del Señor dirige esta obra y El puede hacer que estos hermanos estén "preparados para oír la palabra" (Alma 32:6). Su Espíritu puede inculcar en los hijos pródigos el deseo de volver al hogar y algunos de ellos seguirán ese impulso: pero mientras eso ocurre, debemos correr a su encuentro cuando "aun están lejos" (Véase Lucas 15:20).

Séptimo, más vale prevenir que curar. A veces el prevenir no requiere más que unos pocos minutos de apacible conversación o una simple expresión de aprecio. El conferir el sacerdocio y dar una asignación en la Iglesia poco después del bautismo no sólo sirve de firme apoyo a los nuevos conversos, sino que también sirve de ayuda a aquellos de la Iglesia que tienen las "manos caídas" y las "rodillas desfallecidas" (véase D. y C. 81:5).

Además, como siervos del Señor, tomemos las precauciones para poder marcar un paso que no sea difícil de seguir en lo relacionado con las actividades de la Iglesia y las contribuciones financieras adicionales. El Señor espera dedicación pero no nos oprime con un yugo; incluso el Libro de Mormón, tan importante como es, fue traducido sólo según lo que las fuerzas y los medios proporcionados lo permitieron. (Véase D. y C. 10:4.)

Ahora, hermanos, apartémonos un poco de los detalles de este deber tan importante que tenemos y hablemos de las responsabilidades que tienen los miembros, tanto activos como inactivos, en una Iglesia perfecta compuesta de personas imperfectas.

Parte de la hombría que acompaña al sacerdocio requiere que tomemos en consideración lo siguiente:

Reconozcamos que ese sendero recto y angosto, a pesar de estar marcado muy claramente, es un sendero y no una autopista ni una escalera mecánica, y sin lugar a dudas, hay ocasiones en que ese estrecho sendero sólo se puede recorrer de rodillas.

Mientras viajamos por él, debemos ayudarnos mutuamente en lugar de ofendernos.

Cuando alguno es ofendido, sea cual sea la ofensa que le aparte de ese sendero, si no es humilde de corazón, se pone a la defensiva en lugar de procurar la comunicación. Hermanos, es muy difícil llevar nuestra cruz y nuestros rencores al mismo tiempo.

Aquellos que se han ofendido olvidan fácilmente el hecho de que la Iglesia es "para perfeccionar a los santos" (véase Efesios 4:12), y no es una casa de reposo para los que ya son perfectos.

De la misma manera, muchos olvidamos la realidad de que en el reino todos somos médicos y pacientes; el Señor permite que practiquemos los unos con los otros aun en lo que se relaciona con nuestras imperfecciones. Todos sabemos muy bien lo que significa ser atendido por un "principiante" y no por el médico. Cada uno de nosotros, aunque sin intención, también ha causado algún dolor.

Debemos reconocer que cada líder tiene un estilo de liderazgo diferente. Por ejemplo, Pablo tenia gran cuidado de no comer carne para no ofender a los hermanos débiles (véase 1 Corintios 8:13). Por otro lado, a Juan el Bautista no le intranquilizaba si su alimentación a base de langostas y miel silvestre ofendía a alguien, menos aun a los opulentos de Jerusalén.

Es nuestra propia y constante responsabilidad evitar "traspasar lo señalado". (Jacob 4:14). ¡Mi manera de ser y mi manera de enfocar las cosas son mi propia responsabilidad! ¿En qué debemos centrar más nuestra atención, en el hecho de que Pedro caminó brevemente sobre el agua o en el de que no continuó? ¿Acaso algún mortal lo ha hecho antes, aun por breves momentos?

El hecho de que nuestro perfecto Señor llame a gente imperfecta a trabajar en su obra es real. El Señor dijo a algunos de los que se encontraban con José Smith que Él sabia que estaban pendientes de las leves imperfecciones de José. Y aún así, el Señor testificó que las revelaciones manifestadas por medio del Profeta eran verdaderas. (Véase D. y C. 67:5-9.)

Vemos, entonces, que aunque reparemos en las debilidades de los demás, no debemos ponerlas de manifiesto. Agradezcamos los pequeños adelantos que tanto nosotros como los demás logramos hacer, en lugar de regocijarnos por sus caídas; y cuando se cometen errores, que nos sirvan de edificación en lugar de destrucción.

Admiro y aprecio profundamente las hermosas palabras pronunciadas por el humilde profeta y redactor Moroni:

"No me condenéis por mi imperfección, ni a mi padre por causa de su imperfección, ni a los que han escrito antes de él: más bien dad gracias a Dios, que os ha manifestado vuestras imperfecciones, para que aprendáis a ser más sabios de lo que nosotros hemos sido." (Mormón 9:31; cursiva agregada)

Si esta es nuestra actitud, menores serán las probabilidades de que seamos ofendidos.
Además, si la elección está entre el reformar a otros miembros de la Iglesia o a nosotros mismos, ¿hay acaso alguna duda de por quién debemos empezar? La clave está en mantener nuestros ojos bien abiertos para ver nuestras propias faltas y un poco cerrados para ver las de los demás, y no lo contrario. Las imperfecciones de los demás nunca nos van a eximir de la necesidad que tenemos de mejorar nosotros mismos.
Aquellos que pasan su tiempo buscando faltas insignificantes no sólo perderán la oportunidad de ver los cielos donde Dios obra con toda Su majestad y poder, sino la majestad de Dios en acción a medida que perfecciona el alma.

En los altibajos de la vida, ganamos y perdemos y "los tropiezos vendrán" (Mateo 18:7). Una vez que hayamos herido el amor propio de alguien, cualquier acción, por insignificante que parezca, será una ofensa. Thomas B. Marsh se ofendió contra el profeta José por una simple disputa sobre leche.

Lorenzo Snow, contemporáneo de Thomas Marsh, dijo que aunque él también había visto algunas pequeñas imperfecciones en el profeta José, estaba agradecido de que el Señor pudiera emplear a éste en tan maravillosa e importantísima obra, lo cual le infundía confianza en que también él pudiera tener alguna esperanza. Y así fue, en realidad, puesto que efectivamente hubo esperanza para el presidente Snow, que contempló a sus hermanos con amor y compasión, como si los viera a través de "las ventanas de los cielos".

Al igual que nosotros, los profetas también necesitan ayuda; sin embargo, esto es algo que el Señor puede lograr sin una hueste de ayudantes. El nos da discretamente la ayuda que necesitamos como lo hizo con Pedro por medio del canto de un gallo (véase Lucas 22:54-62), o con Moisés por medio de su amoroso y sabio suegro sin que éste lo hiciera saber a todo el mundo (véase Éxodo 18:13-26).

Afortunadamente para todos, el evangelio tiene fuerza redentora; no tiene en cuenta la negación de Pedro en el patio del sumo sacerdote, sino el testimonio que osadamente y sin temor alguno dio de Jesús ante Anás y Caifás y el concilio. (Véase Lucas 22:54-62; Hechos 4:5-12.)

Además, antes de juzgar a otras personas, la humildad debiera recordarnos que no conocemos todos los detalles. Aunque Pedro y Pablo tuvieron una diferencia sobre una norma pasajera de la Iglesia en el meridiano de los tiempos, los registros no nos dicen nada del profundo afecto mutuo que iba uniendo a estos dos hombres en la riqueza espiritual de su especial hermandad apostólica.

Más aún, entre los verdaderos seguidores de Cristo, nadie siente más remordimiento que el pecador arrepentido. ¿Quién está más consciente de sus imperfecciones al escribir que los que escriben la palabra de Dios?

"Y quien reciba esta historia, y no la condene por las imperfecciones que haya en ella, tal persona sabrá de cosas mayores que estas". (Mormón 8:12.)

Y, ¿quién sabe más que el Señor lo difícil que es dar a conocer sus verdades eternas por medio de seres mortales?

"He aquí, soy Dios, y lo he declarado; estos mandamientos son míos, y se dieron a mis siervos en su debilidad, según su manera de hablar, para que pudieran alcanzar conocimiento." (D. y C. 1:24.)

Y además de las ofensas que comúnmente cometemos sin darnos cuenta, existen aquellas circunstancias especiales, y es bueno que sepamos cuales son, que pueden causar que aun los más fuertes tropiecen brevemente. Antes de comparecer ante el tribunal, Jesús dijo a los Doce que el Pastor pronto seria herido y las ovejas dispersadas.

Pedro negó que el tropezaría y "todos decían lo mismo". (Véase Marcos 14:26-31.)

Antes de juzgar a esos apóstoles, considerad las circunstancias tan angustiosas en que se encontraban; para ellos, los del rebano, todo parecía siniestro y tenían gran temor. El peligro que corrían los discípulos era real y fue por eso que Jesús les instó a partir, después de lo cual el Salvador permitió que lo arrestaran, lo juzgaran y aun que lo crucificaran. Los discípulos sintieron vivamente todo eso, así como la humillación de aquellas circunstancias que, a pesar de habérseles advertido, no esperaban que sucedieran. Sin embargo, pronto, como ya se había predicho, esos fieles pastores se reunieron y reanimaron y continuaron con la obra gloriosa del Salvador. ¿Acaso no ocurrieron en Nauvoo circunstancias similares?

Hermanos, el adversario y sus seguidores continuaran procurando desacreditar a los pastores que cuidan hoy día del rebaño del Señor para tratar de descarriar a algunas de sus ovejas.

Cuando tanto las circunstancias como las enseñanzas se hicieron difíciles de sobrellevar, Jesús preguntó a los Doce, "¿Queréis acaso iros también vosotros?" La pregunta y la respuesta son las mismas hoy en día:

"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos
creído y conocemos que tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente."
(Juan 6:67-69)

Y. ahora, para concluir, me dirijo a vosotros, los que habéis sido ofendidos: No permitáis que el ayer destruya vuestro mañana; dejad vuestro orgullo a un lado porque sus frutos sólo os traerán pesares.

Recordad también que no es el rebano, la Iglesia y sus líderes, los que se extravían, sino algunas de las ovejas.

Os insto a todos a reflexionar nuevamente sobre este consejo que nos dio Jesús:
"Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tu y el solos; si te oyere, has ganado a tu hermano." (Mateo 18:15.)

El ganar un punto no puede compararse al gozo de "ganar" a un hermano.

Tomemos todas las precauciones necesarias para evitar ofender y darnos por ofendidos.

Seamos amorosos, amables y perdonadores, ayudándonos mutuamente hasta llegar a estar "arraigados y cimentados en amor", como Pedro y Pablo nos instaron a hacerlo (véase Efesios 3:17 y 1 Pedro 5:10), pues "el fin se acerca". (Himnos de Sión, 93.)

Reflexionad las palabras que con un espíritu de amor, de magnanimidad y de perdón el profeta José Smith dijo al arrepentido W. W. Phelps:

"Ven, querido hermano, que la guerra ya ha pasado, porque amigos fuimos al principio,
y amigos seremos otra vez."
(Citado en History of the Church 4:164.)

Este es mi consejo, hermanos, y es mi oración, y la expreso en el nombre del que dijo: "Bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mi" [Lucas 7:23), el que por su redención y por su amor esta a la puerta esperándonos con los brazos abiertos, lo cual certifico en el nombre de Jesucristo. Amén.