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29 ago 2009


Anécdotas excepcionales
por el élder Sterling W. Sill

Mensaje publicado en la Liahona de febrero de 1976

Como parte del programa de cada una de las reuniones de directores que se efectuaron en 1966, en conexión con las conferencias trimestrales (hoy semestrales) de estaca, se presentaron durante unos dos o tres minutos breves relatos de anécdotas excepcionales. Una anécdota excepcional es parte de una experiencia insólita vivida por una persona, pero que se aplica a la vida de muchas otras.

Una parte interesantísima de la personalidad humana, es que cada individuo ha sido dotado por la creación con el instinto de coleccionista; y así como las ardillas coleccionan bellotas, algunas personas coleccionan estampillas, mariposas y monedas, y hay otros que coleccionan acciones, bonos y pólizas de seguro, cuentas bancarias y bienes raíces.



También coleccionamos actitudes, habilidades, hábitos y rasgos de personalidad.
Desde 1966 yo he coleccionado setenta y dos breves anécdotas excepcionales. Estos son segmentos de las experiencias de alguien, los cuales he cincelado, pintado y pulido, y aun memorizado y grabado, a fin de que estén disponibles eternamente para mi propio uso personal. Quisiera presentaros como un regalo, cuatro anécdotas excepcionales. Esta es la primera:

Después del asesinato de Julio César, el mundo se dividió en dos grandes campos de batalla. Uno estaba dirigido por los conspiradores de Bruto y el otro por Octavio César y Marco Antonio, un amigo de Julio César.

Durante la larga y ardua guerra que siguió, Marco Antonio se distinguió como el soldado más grandioso en el mundo.

Podríamos preguntarnos, “¿cómo hizo para lograrlo?” Si pudiéramos los secretos de su éxito, podríamos reproducirlos en nuestra propia vida. A continuación daré algunas de las claves que se han mencionado en relación con los logros de Marco Antonio: “Armado con su convincente habilidad para dirigir la palabra, el poder de su lógica, el valor de su habilidad para dirigir y la autodisciplina que lo caracterizaba, arrasó con todo lo que se ponía delante. Tomó sobre sí las tareas más difíciles con la más asombrosa disposición; durante semanas vivió con una dieta de insectos y cortezas de árboles. Y así se ganó la indiscutible lealtad de sus hombres, el elogio del pueblo, el apoyo de Octavio y la confianza en sí mismo”. Teniendo en su contra tal destreza y dedicación, los generales enemigos abandonaron uno a uno la batalla.

Y cuando ganó la guerra, Marco Antonio ocupó el lugar que antes había tenido el grandioso Julio César, amo y señor del mundo. Pero cuando hubo pasado la necesidad de luchar, se convirtió en un ser ocioso, y la ociosidad es la causante de algunos de los fracasos más trágicos de la vida.

Marco Antonio se dirigió a Egipto donde cayó en los brazos amorosos de la hechizante reina Cleopatra; allí llegó a ser víctima de los lujos agradables, de la perfumada elegancia y la inmoralidad de la corte egipcia. Su grandiosa mente se nubló con las llamas del vino y se convirtió en lo que Plutarco llama “un General sólo de nombre”.

Cuando abandonó sus mejores cualidades, perdió la lealtad de sus hombres, la ovación del pueblo, el apoyo de Octavio y su propio respeto. Finalmente se envió una guardia de soldados para que tomara prisionero a Marco Antonio y lo llevara a Roma encadenado. Ya no era necesario enviar un ejército para vencerlo, sino un puñado de los soldados más mezquinos.

Sin embargó, Marco Antonio evitó que lo arrestaran y se enterró una daga en el corazón y, mientras yacía agonizante le dijo a Cleopatra que no había existido poder en el mundo suficientemente fuerte como para vencerlo, con excepción de su propio poder: “Sólo Antonio puede conquistar a Antonio”.
Y así, mientras contemplaba la llegada de los soldados romanos y pensaba en la desgracia que había traído sobre su pueblo, y la vergüenza y humillación que había causado a su familia, pronunció su último discurso que William Haines Lytle ha traducido y en el que Antonio le dice a Cleopatra:

“No permitas que los subordinados
De César escarnezcan al león caído.
No fue soldado el que provocó su caída,
Sino él mismo quien el golpe se asestó.
Fue aquel que hoy reposa en tu regazo
Quien se alejó de la gloriosa luz,
El que embriagado en tus caricias,
Insano todo un mundo despreció.”

(“Antony and Cleopatra” The Best Loved Poems of the American People, Com. Hazel Felleman, 1936, pág. 203)

Este hombre había tenido en sus manos el control de todo el mundo y no había ninguno sobre la tierra con el poder suficiente para quitárselo; solo él mismo. Pero nosotros tenemos a nuestro alcance un mundo que es mucho más significativo que aquel al que pertenecía Marco Antonio. No hay ningún poder en el universo que pueda interponerse entre nosotros y el reino celestial, sólo nuestro propio poder. Sólo Antonio puede conquistar a Antonio.

La segunda historia es de “The Pilgrim´s Progress” (El progreso del peregrino), de John Bunyan:

El nos hace el relato de un hombre que se pasó su vida entera rastrillando el tamo y el estiércol de la tierra. Sin embargo, había constantemente un ángel suspendido sobre su cabeza, con una corona celestial en la mano y le ofrecía cambiarle la corona por el rastrillo. Pero siendo que este hombre se había preparado sólo para dirigir la vista hacia abajo, pasó por alto la oportunidad que el ángel le brindaba y continuó rastrillando el tamo y la basura de la tierra.

También hay un ángel que está suspendido sobre nuestra cabeza, con una corona celestial en la mano y nos promete cambiarla por nuestro rastrillo si sólo dirigimos la vista hacia Dios con toda fe, rectitud y compresión. A la bestia se le dieron cuatro patas y por tal motivo su visión está limitada a la tierra; pero el hombre fue creado a la imagen de su Creador, de tal forma que pueda mirar hacia Dios.

La tercera anécdota tiene su origen en la mitología griega y es la historia de Pigmalión y Galatea:

Pigmalión era un escultor de Chipre y como todos los grandes artistas, amaba su trabajo. Entonces llegó el día en el cual creó su gran obra maestra; en inmortal marfil esculpió la estatua de una bellísima mujer y mostró la forma humana y los rasgos de su personalidad en toda su excelencia. Trabajó incansablemente, semana tras semana y mes tras mes, hasta que finalmente terminó la estatua. Fueron tan maravillosos la devoción y el amor que Pigmalión prodigó a su obra, que los dioses decretaron que la estatua tuviera poder para respirar, moverse y vivir. Y cuando la obra maestra descendió de su pedestal, Pigmalión la llamó Galatea y se casó con ella. Pero esto es mucho más que un simple mito.

La historia de Pigmalión es la historia de cada ser humano; porque Dios decretó que todo aquel que ame su obra, logrará que su obra tenga vida.

La cuarta anécdota se refiere al rey Ricardo Corazón de León, que gobernó Inglaterra durante la segunda parte del siglo XII.

Ricardo organizó una cruzada a la Tierra Santa para quitarles a los turcos el Santo Sepulcro. La expedición no tuvo éxito y Ricardo fue capturado y confinado a una prisión extranjera. Durante su ausencia, los traidores se posesionaron del gobierno, y cuando el rey logró escapar y regresar a Inglaterra, por razones de su personal fue necesario que se vistiera con ropa común y sin armadura.

Cuando regresó en secreto reunió a algunos de sus más fieles seguidores con la idea de que Inglaterra volviera a manos de sus legítimos gobernantes. Una de las primeras cosas que hizo después de formar este pequeño grupo, fue atacar el castillo de Torquilstone, que era la fortaleza del enemigo en la cual Ivanhoe, el fiel amigo y seguidor del rey, había sido herido y puesto en prisión. Cuando Ivanhoe escuchó los ruidos del asalto que se iniciaba afuera del castillo y siendo que estaba imposibilitado de levantarse del lecho por las heridas y la pérdida de sangre, pidió a su enfermera, Rebeca, que se parara cerca de la ventana y le explicara lo que estaba sucediendo. La primera cosa que deseaba saber era quien dirigía a los atacantes; con ese fin le pidió a Rebeca que le describiera la insignia o cualquier otra marca en la armadura del líder, pues así podría saber quién eran y qué esperanzas tenía de ser rescatado. Rebeca le informó que el líder peleaba con una armadura común y sin marcas y que no tenía insignias ni identificación alguna.

Ivanhoe dijo: “Entonces dime cómo pelea y yo sabré quién es.” (Esto quiere decir que cada uno tiene un conjunto de rasgos tan característicos como sus huellas digitales y que la mejor clave para nuestra identificación es lo que hacemos.)

Así fue que Rebeca trató de describir a este grandioso caballero que vestía una armadura negra mientras contendía y movía su potente espada con poderosos golpes, asaltando el castillo casi sin ayuda. Y éstas son algunas de las cosas que ella le describió: “Cae sobre él las piedras y vigas de las paredes del castillo, pero él las trata como si fueran plumas o pajas. Pelea como si tuviera la fuerza de veinte hombres en un solo brazo. Es peligroso pero aun así, magnífico, presenciar cómo el brazo y el corazón de un solo hombre pueden triunfar sobre cientos”. Supongo que el brazo de Ricardo no sería más fuerte que el de cualquiera de sus guerreros, pero no era de allí de donde provenía su fortaleza. Rebeca había dicho: “El brazo y el corazón de un solo hombre.” Ricardo estaba peleando con su corazón, estaba luchando por su Patria; y cuando uno comienza a poner su corazón en lo que está haciendo, es entonces cuando se pueden producir los milagros.

Ivanhoe desconocía quien era ese hombre; aunque sabía que Ricardo peleaba de esa manera, y que nadie podía luchar como el rey, creía que éste todavía estaba prisionero en un calabozo.

Fue en esa ocasión cuando rindió tributo a un líder desconocido, pues era capaz de reconocer los rasgos que caracterizan a la grandeza.

Sus palabras fueron: “Juro por el honor de mi casa que soportaría diez años de cautiverio para luchar un solo día al lado de ese grandioso hombre, en una contienda como esta”. No podría haber para él una tortura mayor que el cautiverio, pero aun así declaró: “Con gusto languidecería diez años en un calabozo, por el privilegio de luchar bajo el estandarte de un hombre grandioso y por una causa justa”.

Nuestra causa es justa, es la más grandiosa que se haya conocido en el mundo; la única pregunta que podríamos hacernos es: “¿Cómo lucharemos?” Y nuestro Líder nos ha dicho:

“Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, ,mente y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día.” (DyC 4:2)