.header .widget { margin-top: 4px; margin-bottom: 4px; width: 900px; padding: 0 95px; }

Titulo

Image and video hosting by TinyPic

¡Bienvenid@s!

Aún cuando los temas y materiales aquí publicados puedan ser usados con tranquilidad por los miembros de la Iglesia, aclaro que éste no es un sitio oficial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Y si quieres contactarme puedes hacerlo:

Vía mail: ajchinchilla@gmail.com

2 ago 2009


El don de Midas
Por el élder Sterling W. Sill

Existe una interesante leyenda en la antigua mitología griega que narra la historia de Midas, rey de Frigia, pequeño estado griego. Dionisio o Baco, uno de los dioses griegos, le concedió al rey Midas su deseo de que cuanto tocase se convirtiera en oro.

Según la leyenda, este don resultó contraproducente, y cuando hasta sus alimentos y su propia hija se convirtieron en oro, el rey le rogó a Dionisio que le retirara esa facultad.

La idea de Midas fue buena, y si el don sólo hubiese incluido algunas excepciones, quizá habría logrado cosas sumamente notables. Midas no ha sido el único a quien se le ha ocurrido esta idea. Por muchos siglos los alquimistas quisieron encontrar la manera de transformar los elementos más bajos en otros de mayor valor, por ejemplo el hierro y el plomo en plata y oro. A pesar del fracaso de los alquimistas y la desagradable experiencia del rey Midas, no debe abandonarse por completo la idea.

Muchas veces he deseado que este don concedido por Dionisio pudiera haberse otorgado sin ésta inclusión perjudicial tan completa. Hubiera sido interesante ver en qué forma Midas habría usado su poder extraordinario. Puedo imaginarme la emoción que habría invadido el corazón de este buen rey al ver cómo se convertían en oro brillante, refulgente y de gran valor, las cosas inservibles al tocarlas.

Esta dádiva de Dionisio a Midas fue de corta duración, pero hay personas que han revivido los poderes de este don y actualmente poseen la admirable facultad del rey Midas. Todos nosotros conocemos a personas que tienen la gran habilidad de que parecen convertir en oro todo lo que tocan. Todas sus empresas son felices; todo lo que inician logra el éxito. Si emprenden algún negocio, todos quieren invertir dinero en aquello, porque saben que prosperará. Si a tal persona se le da una posición administrativa en la Iglesia, uno sabe de antemano que esa organización particular avanzará a grandes rasgos y que, como consecuencia, resultará beneficiado todo el que tiene que ver con ella.

“El don Midas” es un don maravilloso. ¿Nos gustaría tenerlo?

El Señor nos ha dicho que debemos buscar los mejores dones. Ciertamente éste ha de ser uno de los mejores. Los dones de Dios siempre se basan en el mérito. La gente que tiene el don de Midas es aquella que tiene la habilidad para pensar lógicamente y trabajar arduamente. Son aquellos que tienen la facultad para resolver sus propios problemas y ayudar a contestar sus propias oraciones.

¡Qué emocionante es ver la obra productiva de un destacado director de la Iglesia en quien se puede confiar, que tiene iniciativa, pericia y valor! Uno sabe de antemano que se llevarán a cabo todas las tareas y se terminarán. Los informes serán exactos y se enviarán puntualmente, y se beneficiarán todos los que estén relacionados con la empresa.

A veces nos imaginamos un cuadro mental de una luz dorada y refulgente que despide el oro puro, y a la cual llamamos “brillo”.

Hay también algunas personas que poseen algunas de las mismas cualidades. Irradian entusiasmo, valor, diligencia, servicio, buen ánimo, aplicación y formalidad.

La noche de la traición de Benedict Arnold, todo estaba en confusión y se sospechaba de la lealtad de muchas personas. El general George Washington le dió al padre de Daniel Webster el puesto de guardia durante la noche. Le dijo: “Capitán Webster, tengo confianza en usted”. El carácter de este capitán contenía oro. Salomón se refirió al que tiene oro en sus obras cuando dijo: “¿Has visto hombre solícito en su obra? Delante de los reyes estará…” (Proverbios22:29)

Hay algunos ‘reyes’ en la actualidad que son para otros lo que los rayos del sol son para la vegetación o el agua para un sembrado sediento. Ya para terminar el otoño, un agricultor conducía el agua del riego por una zanja, más allá de un campo de alfalfa que se estaba secando. Por motivo de la escasez del agua, había abandonado la alfalfa a fin de salvar y madurar cosechas de más valor. Pero en dos o tres lugares, el agua se había desbordado y corrido hacia el campo seco.

Pocas semanas después, se podía determinar, casi al centímetro, hasta qué punto había llegado el agua, porque donde aquellos dedos húmedos habían tocado el campo seco, la alfalfa se veía alta, verde y vigorosa; mientras que a donde no había llegado al agua, las plantas permanecían marchitas y secas igual que antes.

Lo que el agua hace por la alfalfa sedienta, es lo que un buen director hace por la gente. Dondequiera que va, la gente adquiere mayor altura y utilidad que antes.

La ciencia de la criminología dice que nadie puede pasar por un cuarto sin dejar alguna evidencia de haber estado allí. Podrá ser la huella del pie, o un aroma, o un cabello que haya caído al suelo. Ahora pensemos en la gran cantidad de evidencia que dejan aquellos que pasan por el mundo y con su tiento implantan la grandeza en la gente a tal grado que sus vidas se desarrollan y florecen y producen.

Por ejemplo, conozco a un hombre que trabaja con los jóvenes del Sacerdocio Aarónico. Por muchos años ha logrado que el cien por ciento de estos jóvenes alcancen sus logros. Va a visitarlos a sus casas; se sienten inspirados por sus lecciones; perciben la sinceridad de su interés. Los jovencitos son como la alfalfa: inmediatamente corresponden cuando las condiciones propias de fertilidad, humedad y clima están presentes. Setenta de estos muchachos que han estado bajo la influencia de este hermano han salido a la misión. ¡Cuán agradecidos estarán porque él pudo tocar sus vidas e hizo que su vitalidad espiritual diera vigor a sus raíces!

Usualmente podemos entender mejor una idea cuando consideramos sus aspectos negativos y positivos. Es decir, imaginemos una persona cuyo tacto seca, marchita y destruye. El ejemplo por excelencia de este tacto de muerte es Lucifer, que en otro tiempo fue el Hijo de la Mañana. La rebelión empañó su propia vida, ejerció su influencia satánica sobre sus amigos y se llevó tras sí a la tercera parte de todas las huestes de los cielos para que sufrieran por sus pecados. Alguien ha calculado que han vivido ochenta mil millones de personas sobre la tierra desde nuestro padre Adán.

Aun cuando esta cantidad no sea completamente exacta, nos ayuda a comprender el vasto concurso de espíritus que estuvieron presentes en el concilio celestial, de los cuales la tercera parte, bajo la influencia de Satanás, perdieron su esperanza de recibir un cuerpo y la redención. No podemos considerar a Satanás como enteramente responsable, pues cada cual tendrá que responder por sus propios hechos, pero fue su toque destructivo lo que puso en marcha este procedimiento perjudicial.

Hay otras personas que ejercen, en menor escala, esta influencia satánica en sus semejantes, por motivo de su seductora influencia personal. Por ejemplo, conozco aun joven de 29 años que hace poco llegó a Salta Lake City en busca de trabajo.

Su apariencia era excelente y había tenido una educación muy buena. Sin embargo, se había casado tres veces. Las tres mujeres que fueron sus esposas, llenas de rencor, han pedido amparo a la ley, que lo ha perseguido por todo el país, tratando de obligarlo a mandar dinero para el sostén de sus hijos. Pero él está resuelto a que pase lo que pase, no le sacarán ni un centavo. No se le puede persuadir a obrar rectamente, ni aun con los que ha ofendido.

Como consecuencia, estas tres mujeres han perdido su fe en la naturaleza humana y sus hijos crecerán llenos de odio hacia su propio padre. Durante los siguientes veinte años probablemente se casará con varias otras mujeres, y dondequiera que vaya, no es de dudar que dejará la marca de la marchitez y la podredumbre en todo lo que toque. Dejará un rastro de pesar, de desilusión y desesperación por donde pase.

Son muchas las personas cuyas vidas tienden a ser así. Por ejemplo, el que pide prestado dinero sin la intención de reponerlo, a menos que lo obliguen. Si tratamos de ayudarlo, dará una mala interpretación a nuestra intención. Le damos información , y él la repite en forma tergiversada; depositamos nuestra confianza en él y nos traiciona; nos fiamos de él y salimos burlados. Dondequiera que pone sus manos impías, seca la felicidad y mata el entusiasmo. Deja tras sus pasos cicatrices, podredumbre y hediondez. Maleficia a la gente que conoce. Dios ha dicho, refiriéndose a algunos: “Mejor hubiera sido para ellos no haber nacido…” (DyC 75:32).

Es decir, aun Dios se resigna a la perdida de algunas personas.

Pues bien, después de esta consideración del aspecto negativo, hagamos un análisis de nuestra propia habilidad para dirigir. Probablemente no hay persona cuya maldad se tilde de ser negra como el carbón, ni cuya bondad se considere de ser de una blancura inmaculada. Lo más probable es que nuestros hechos estén revestidos con unos matices del color gris. En igual manera, nuestra habilidad para dirigir está graduada.

Es de suma importancia saber si un director está perdiendo el diez o el cuarenta o el ochenta por ciento de aquellos que podría estar ganando. Es la cosa más sencilla culpar a algunos de los factores contribuyentes, tales como un ambiente desfavorable en el hogar, malos hábitos, etc., de aquellos que están bajo nuestra dirección. Pero ante todas las cosas, la capacidad para dirigir, si merece este nombre, debe ser el elemento responsable. Las obras de aquellos que son guiados es casi la única vara que tenemos para medir nuestra propia habilidad directora. ¿No sería admirable si pudiésemos desarrollar la clase de habilidad que lograra el 100% del éxito?

Hay algunos que se aproximan a esta meta. Hay maestros orientadores que cumplen con el 100% de sus visitas y siempre dejan a los miembros visitados llenos de resolución , inspirados y activos. Hay otros líderes que hacen lo mismo.

Sin embargo, Jesús es nuestro mejor ejemplo. Por medio de su contacto, pecadores y publicanos se transformaron en santos y apóstoles. Convirtió a un grupo de hombres comunes en misioneros y evangelistas destacados. Todo el que siguió a Jesús salió beneficiado; todos los que siguieron a Lucifer sufrieron una pérdida.
¿Qué lugar ocupamos entre estos dos extremos?
He aquí algunas ideas que podríamos meditar:

1) A Midas se le otorgó el don porque lo deseaba. Este es el primer requisito de cualquier cosa que se desea lograr. Jamás se otorgará ningún don que valga la pena a aquellos que no lo deseen. Pero sea cual fuere el don que deseemos, si es razonable, incluso el don del rey Midas, lo podremos lograr, si este deseo tiene suficiente intensidad.

2) Debemos prepararnos para recibir el don. Jesús dijo: “¿En qué se beneficia un hombre a quien se confiere un don, si no lo recibe?” (DyC 88:33) La mayor parte de nosotros fracasamos porque no estamos preparados para recibir los dones que nos ofrecen. Claro está que no se podría conceder mucha habilidad a uno que fuese fraudulento, inmoral, perezoso, o que no tuviera buena disposición o no quisiera estudiar. Debemos hacer los preparativos para recibir el don en un terreno fértil, con buen cultivo, humedad suficiente y el clima correcto.

3) Otra regla buena que podemos seguir es ver que de ahora en adelante, empezando hoy mismo, nadie sufra una pérdida por causa de nosotros, ya sea mental, moral, social, económica o espiritualmente. Si nos gustaría tener el don del rey Midas, procuremos que de hoy en adelante, resulte beneficiado todo aquel con quien nos asociemos. Hay en los negocios comerciantes astutos que procuran obtener cuanto pueden y dar lo menos posible. Raras veces alcanzan un éxito permanente. Los hombres de bien son aquellos que han trabajado con todas sus fuerzas y han tratado de prestar el mayor servicio; hacen más de lo que les es pagado; caminan la segunda milla.

Jacob luchó con un ángel y no lo soltó hasta que éste le dio una bendición. No abandonemos a ninguno de aquellos con quienes nos asociamos hasta que les hayamos dado una bendición. Tal vez podamos infundirles algunas ideas o un poco de ánimo. Quizá podamos hacerles algún bien. ¿Quién sabe si podemos inspirar su fe o darles un buen ejemplo o enseñarles una verdad útil? Procuremos que Dios perciba una utilidad de cada uno de sus hijos con quien tengamos que ver. Hagamos lo que Pedro Marshall dijo en una oración: “Oh Señor, ayúdanos a ser parte de la respuesta y no parte del problema”.

Los alquimistas de la antigüedad no pudieron transformar los elementos más bajos en otros de mayor valor; pero no hay razón para que nosotros también fracasemos.
Se ha dicho que la Iglesia es una de iglesia de “cambios”. Cambia a la gente. Su propósito mismo consiste en cambiar lo malo en bueno, en elevar a la gente de un estado bajo a uno más alto.

También nosotros podemos ser directores de “cambios”. Podemos transformar los fracasos de las personas en éxitos. Realmente el rey Midas tenía una buena idea. Aunque él fracasó, nosotros podemos lograr el éxito. No hay satisfacción más agradable, ni habilidad para dirigir tan útil como tocar las vidas de nuestros semejantes con ideas, fe y amor, y ver florecer esas vidas bajo nuestra mano. Podemos transformar la escoria de la vida en reluciente, hermoso y brillante “oro” de gran valor.

Artículo publicado en la Liahona de febrero de 1960