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2 ago 2009


Principios
por el élder Boyd K. Packer

La esencia verdadera de la función del sacerdocio no consiste en los procedimientos, sino en el conocimiento y enseñanza de los principios y la doctrina.

Recibí la asignación de hablar acerca del llamamiento de misioneros. El Señor nos ha mandado predicar el evangelio. Las escrituras repiten ese mensaje más de ochenta veces: “Predicad el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo”, y esa es razón suficiente para hacerlo. Quisiera añadir otra razón para llamar misioneros. Creo que si tan sólo comprendiéramos, si pudiéramos captar el significado de ello, nos impulsaría tomar una mayor determinación de asegurarnos de que todo joven se encuentre digno de recibir un llamamiento misional.

Salvo aquellos que tengan algún serio impedimento, todo joven debe ser lo suficientemente digno para recibir un llamamiento misional.

Si pudieseis comprender lo que quiero comunicaros acerca del llamamiento de misioneros, comprenderíais que éste no sólo es esencial para el crecimiento de la Iglesia sino también para su seguridad. Supongo que el mejor título para lo que quiero decir sería la sencilla palabra: Principios. Es mi intención expresar ideas acerca de los principios fundamentales del gobierno del sacerdocio, y luego presentar algunos ejemplos de cuán esenciales son en el gobierno de la Iglesia, y finalmente aplicarlos a la obra misional. Estos principios, por supuesto, se aplican a todos los aspectos de la obra de la Iglesia.

Sabemos que la tarea de los líderes del sacerdocio es interminable. Aun si dedicaran todo su tiempo, no lo podrían hacer, y por supuesto, tienen que proveer para sus familias y ser ciudadanos responsables. Si ese es el caso, ¿cómo pueden elegir lo correcto?

De todo lo que tienen que hacer, ¿cómo pueden sabiamente discernir cuáles son las tareas que pueden delegar? Las responsabilidades de los líderes locales se pueden colocar en las siguientes categorías:

  • Tenemos que mantener una organización, con el problema constante de buscar personal.
  • Tenemos que dirigir programas.
  • Tenemos que apegarnos a una serie de normas y procedimientos.
  • Tenemos que administrar reglas oficiales.
  • Por último, tenemos que honrar y enseñar principios.
La organización, los programas, los procedimientos, las normas, y los principios son todos de gran importancia, pero no de igual importancia. Bien se podría pasar tiempo y dinero en cosas que no son de vida o muerte y desatender los asuntos más cruciales. Permitidme dar dos ejemplos, uno referente al aspecto más espiritual de nuestro ministerio y otro referente al aspecto temporal. El primero está relacionado con los consejos disciplinarios de la Iglesia. Es nuestra responsabilidad disciplinar a los miembros cuando haya habido una transgresión muy grave. En el Manual General de Instrucciones se encuentra detallada la manera de organizar un consejo disciplinario y los procedimientos que se deben de seguir. No obstante, a menos que se esté familiarizado con los principios relacionados con tales casos, se podría llevar a cabo un consejo disciplinario que se ajuste a todas las indicaciones del manual y se siga el procedimiento adecuado, y sin embargo, herir en lugar de sanar al miembro descarriado. Si no conocéis los principios --con esto me refiero a los principios del evangelio, a la doctrina, a las revelaciones-- si no conocéis lo que las revelaciones dicen acerca de la justicia o la misericordia, o lo que revelan acerca de la reprensión o el perdón, ¿cómo podéis tomar decisiones inspiradas en aquellos casos difíciles que requieren vuestro fallo? Existe en el manual de instrucciones un elemento espiritual que va más allá de los procedimientos; le pertenece al sacerdocio y trae implícitos poderes divinos. A menos que estéis familiarizados con él, a menos que los obispos y presidentes de estaca estén familiarizados con él, podrán implantar programas y aún así no redimir a los santos. Otro ejemplo: en las revelaciones está claro que debemos cuidar de los pobres dignos. ¿Cómo se debe hacer? Hemos de colectar las ofrendas de ayuno, y están los programas de bienestar, los cuales ya conocemos. Los manuales de instrucciones especifican la manera de administrar estos programas. Sin embargo, cada caso es diferente. Sin un conocimiento de los principios del evangelio, podríais actuar en técnico apego con las instrucciones, y degradar en vez de exaltar al miembro. Suponed que no sabéis nada en cuanto a la independencia, la frugalidad y la autosuficiencia. No se trata de la dedicación, ya que nunca pondríamos eso en tela de juicio. Se trata más bien del orden de prioridades; es un asunto de visión. Los principios del evangelio rigen cada aspecto de la administración de la Iglesia. Su explicación no aparece en los manuales de instrucciones; sino en las Escrituras. Son la sustancia y el propósito de la revelación. Los procedimientos, los programas, la política administrativa y aun algunos esquemas de organización están sujetos a cambios. Es más, es nuestra libertad y deber alterarlos de vez en cuando. Pero los principios y la doctrina no cambian. Podéis errar si ponéis demasiado énfasis en los programas y procedimientos que pueden cambiar, y no comprendéis los principios fundamentales del evangelio, los cuales nunca cambian. Ahora, prestad mucha atención. Con esto no quiero decir que hagáis caso omiso a los manuales; ni por un momento lo diría. Lo que sí digo es lo siguiente: hay un elemento espiritual que no aparece en los manuales pero que debéis incluir en vuestro ministerio si deseáis agradar al Señor. Si conocéis el evangelio sentiréis una lealtad para con las instrucciones del manual que de otro modo no podríais tener. Mediante ello, evitaréis las innovaciones que no pueden dar resultado. Por motivo del crecimiento acelerado de la Iglesia, existe la tendencia a querer solucionar problemas modificando los límites geográficos, alterando programas, reorganizando a los líderes o proveyendo edificios más cómodos. Lo que realmente nos hace falta es una simplificación, un avivamiento de los principios básicos del evangelio en la vida de todo Santo de los Ultimos Días. La verdadera esencia del gobierno del sacerdocio no consiste en procedimientos, sino en principios y doctrina. El profeta José Smith nos dio la clave. Refiriéndose a la administración dijo: “Les enseño principios correctos y ellos se gobiernan a sí mismos”. Hace un tiempo entrevisté a un joven obispo en Brasil; tenía 27 años de edad. Me impresionó el hecho de que tenía todos los atributos de un próspero líder de la Iglesia: humildad, testimonio, buena presentación, inteligencia, espiritualidad. He aquí, pensé, un joven con un futuro brillante en la Iglesia. Al verlo, me pregunté “¿Cómo será su futuro? ¿Qué haremos por él?” Me puse a pensar como serían los años futuros. Será obispo aproximadamente seis años, teniendo para entonces 33 años de edad; luego servirá como miembro del sumo consejo de estaca ocho años y cinco años como consejero en la presidencia de estaca. A los 46 años será llamado como presidente de estaca; al cabo de seis años será relevado para servir como representante regional (hoy setenta de área), cargo que desempeñará por cinco años. Lo cual quiere decir que habrá pasado treinta años como un ideal, un ejemplo, la imagen, el líder. No obstante, en todo ese tiempo, no habrá asistido a tres clases consecutivas de Doctrina del Evangelio ni habrá participado en tres clases de los quórumes del sacerdocio. Hermanos, ¿podéis veros en este ejemplo? A menos que haya sabido los principios fundamentales del evangelio antes de su llamamiento, casi no dispondrá de tiempo para aprenderlos después. Las reuniones, compromisos, presupuestos y otros asuntos que atañen a las capillas le consumirán su tiempo. Estas cosas por lo general no se dejan de lado. Pero sí se dejan de lado los principios: el evangelio se deja de lado, la doctrina se deja de lado. Cuando eso sucede, ¡corremos un gran peligro! Tenemos evidencias de ello en la Iglesia hoy día. ¡Quisiera alzar mi voz con una solemne y seria amonestación! Vivimos en tiempos de gran oposición en todo el mundo. Crece de día y de noche en todos lados. Los enemigos de afuera, quienes, apoyados por los apóstatas de adentro, ponen a prueba la fe de los miembros de la Iglesia. Pero no son los programas los que desafían por el contrario, les tienen cierta admiración. Son en las doctrinas donde enfocan; son las doctrinas las que reciben sus ataques, y notamos que muchos líderes se encuentran perdidos ante preguntas sobre temas doctrinales. Si nuestros miembros no están al tanto de las doctrinas, corremos peligro, pese a programas eficaces y edificios funcionales. Ahora bien, no deseo subestimar nuestros esfuerzos. Puedo ver manifestaciones de los principios del evangelio en todas partes. Permitidme presentaros un ejemplo. En las reuniones de liderazgo de estaca, con frecuencia le pregunto a algún joven presidente de quórum de élderes acerca del procedimiento que se emplea para llamar a un nuevo consejero. ¿En qué forma llamaría usted a un nuevo consejero? Lo que ocurre a continuación, me complace informaros, es típico de lo que generalmente sucede: El presidente dice: --Bueno, primero, repaso mentalmente la lista de nombres de los miembros del quórum y selecciono al que me impresiona que debe ser mi consejero. Después oro acerca de la decisión. --¿Por qué ora al respecto? --Para recibir la guía del Señor. --¿Qué clase de guía? --Para saber si es correcta o no. --¿Quiere decir usted revelación? --Sí --¿Cree que es posible recibir revelación cuando se trata de una cosa como esta? --Sí --¿Está seguro? --Sí --Pero usted es un joven común y corriente; ¿en verdad cree que puede recibir revelación de Dios? --Sí --¿La ha recibido anteriormente? --Sí. --Creo que no podré convencerlo de lo contrario, ¿o sí? --¡No! ¡Imaginaos! Un presidente de quórum de élderes común y corriente sabe lo que es la revelación y cómo obtenerla. Un joven común y corriente sabe cómo dirigirse al Señor a través del velo y recibir instrucciones por medio de la revelación. Esa es la esencia, la esencia misma del gobierno del sacerdocio. Es un principio del evangelio. Es una ley de Dios que Él revelará su voluntad a sus siervos, no sólo a los profetas y apóstoles, sino a sus siervos por todo el mundo. Es un valioso principio que se debe guardar y nutrir, pero cuando tenemos que estar al tanto de demasiados programas, tendemos a sofocarlo. Ahora bien, si este joven presidente está familiarizado con las Escrituras, nunca seguirá a falsos líderes. En Doctrina y Convenios habrá leído lo siguiente: “Asimismo, os digo que a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga la autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia.” (DyC 42:11) Tampoco estará organizado tan mecánicamente como para no reconocer la inspiración. En la sección cuarenta y seis de Doctrina y Convenios habrá leído lo siguiente: “Pero a pesar de las cosas que están escritas, siempre se ha concedido a los élderes de mi iglesia desde el principio, y siempre será así, dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu.” Es tan sumamente importante que todo miembro, y particularmente todo líder, comprenda y conozca el evangelio. No es fácil encontrar tiempo para estudiar el evangelio. Es difícil para un presidente de estaca el poder hacerlo y aún mucho más difícil para un obispo, pero es necesario y es posible. Los hermanos deben asistir a las clases tan a menudo como les sea posible; los obispos y presidentes de estaca deben buscar la manera de asistir por lo menos a una buena porción de las clases de Doctrina del Evangelio y las lecciones de los quórumes correspondientes. Debemos asegurarnos de que las generaciones que nos siguen aprendan los principios del evangelio. Es nuestro deber enseñarles y entregarles intactos los principios y las ordenanzas del evangelio y la autoridad del sacerdocio. Fomentad aquellos programas que se han diseñado para enseñar el evangelio. La Primaria, la Escuela Dominical, las lecciones del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares; la Sociedad de Socorro, el programa del Sacerdocio Aarónico y las Mujeres Jóvenes, y las reuniones sacramentales pueden ser herramientas poderosas si las empleamos para predicar el evangelio. Las reuniones sacramentales deben tratar temas del evangelio. Y no veo como un obispo o presidente de estaca podría descansar hasta que el programa de seminario para sus jóvenes estuviera funcionando apropiadamente y el programa de capacitación de maestros, el cual hace que estos programas sean de mejor calidad, reciba la debida atención. Todos estos aspectos merecen cuidado y ratificación. Para concluir, solamente quiero mencionar un punto más: ¿Qué tiene que ver todo esto con el llamamiento de misioneros? Tiene todo que ver. Si existe alguna manera mejor para que un joven miembro de la Iglesia obtenga un conocimiento profundo del evangelio, es sirviendo en una misión. La misión es una combinación casi perfecta del estudio y la aplicación de los principios a medida que se van aprendiendo. Nada se le puede comparar. El llamamiento de misionero le requiere ser capaz de enseñar los principios básicos del evangelio todo el día, durante todos los días. Enseña el Plan de Salvación una y otra vez. El Señor es nuestro ejemplo. Sería difícil describir a Jesucristo como un ejecutivo. Permitidme repetirlo: sería difícil describir a Jesucristo como un ejecutivo. ¡El fue un maestro! Ese es el ideal, el modelo. Los misioneros son maestros. Ningún alumno aprende tanto al escuchar una lección como el maestro que la prepara. Imaginaos lo que sería tener un período de estudio diario de las Escrituras de dos horas con un compañero. ¿Os gustaría? El misionero estudia las Escrituras como nunca lo ha hecho y como nunca podrá hacerlo después, especialmente si recibe un llamamiento como líder. Se le da una base en la verdadera esencia del evangelio; se le enseñan los principios fundamentales del gobierno del sacerdocio. El futuro de la Iglesia dependerá en que él sepa eso. Pregunta: ¿En dónde suponéis que ese joven presidente de quórum de élderes obtuvo su cimiento en los principios del evangelio, el orden de la revelación? ¿En dónde suponéis que aprendió acerca de la revelación? Indudablemente lo hizo durante su misión. La seguridad de la Iglesia en generaciones futuras yace en el éxito que tengamos al llamar misioneros. Si nos preocupa el futuro de esta obra, no descansaremos hasta que cada joven capaz llegue a ser digno y tenga el deseo de recibir el llamamiento para servir una misión. Ahora bien, al principio solamente mencioné el hecho de que se nos manda predicar el evangelio. Se nos manda que lo hagamos, ya sea que por ello recibamos o no beneficios y bendiciones adicionales. ¿Por qué? ¡Porque es nuestro deber! Ese es un principio, ¡un principio imperativo! Los procedimientos, los programas, las normas y la organización, los presupuestos y los edificios son importantes en su debido lugar. Debemos de llevarlos a cabo, pero no a expensas de las cosas más importantes. Debemos seguir adelante. Ahora mismo podríamos establecer varias misiones nuevas si tuviésemos suficientes misioneros. De modo que nuestro consejo e instrucción para todos los líderes es que sigan adelante, que renueven con gran urgencia el llamamiento de jóvenes y a un número menor pero suficiente de hermanas, para que salgan a predicar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo, en respuesta al mandamiento que se nos ha dado. Publicado en Liahona de noviembre de 1985 Versión editada de un discurso pronunciado en el Seminario de Representantes Regionales como parte de las actividades de la Conferencia General, el 6 de abril de 1984.