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15 ago 2009


Instruye al niño...
Por Iris Myfanwy Lloyd de Spannaus

Uno de los mayores desafíos para los padres, es convencer al hijo adolescente que debe estudiar. Están tan envueltos en los amigos, deportes, fiestas de quince, que todo lo demás pierde importancia. A esto agreguemos el cambio hormonal que la mayoría de los jóvenes no saben como manejar. Tenemos así a un padre que airado mira las notas del boletín y su reacción inmediata es: “Te damos todo lo que podemos y esperamos que estudies, que al fin y al cabo es lo único que tienes que hacer”. Y empieza lo que podríamos llamar “lucha generacional”. Por un lado un padre que esperaba mas responsabilidad y se enfrenta con un niño-joven que piensa que sabe todo. ¿Le resulta familiar la situación?

Creo sinceramente que del resultado de ese “enfrentamiento” depende el futuro del joven en cuestión. No creo en soluciones infalibles pero sí pienso que debemos buscar una solución viendo pro y contra en ambos lados y hacerlo con honestidad.

El trabajo del padre comienza cuando alguien le anuncia “Es un hermoso varoncito” y entonces empiezan las decisiones entre lo progenitores. Estas son simples pero muy importantes porque de ellas depende la supervivencia del bebé. Si ellos no las hacen no hay futuro para el pequeño vástago.

Cambiarle el pañal: es todo un desafío y cambiarlo es más de lo que uno está acostumbrado a hacer, pero alguien lo tiene que hacer y la responsabilidad es de los padres (ambos). Y tienen que resolverlo pronto, porque el bebé no pide permiso para ensuciar el pañal.

Bañarlo: de las múltiples tareas que trae aparejada la presencia del bebe, bañarlo es un placer. Mientras estira sus piernitas disfrutando del agua se establece una comunicación ‘padre/madre – bebé’ hermosa y uno va descubriendo ese milagrito llorón e inoportuno (sobre todo si uno está durmiendo)

El Tetero: Hay que prepararlo cada dos o tres horas, 24 horas por día los 365 días del primer año de vida (sin palabras).

Llanto nocturno: si es llorón puede causar problemas entre sus padres. “¡Jamás, nunca me voy a enojar porque mi bebé llore!”
¿No? Ojalá fuera así… Piense en un día en que le tocó cocinar para los misioneros, las sabanas estaban aún sin lavar, durante la noche anterior durmió poco y está muerta de sueño y piensa: “espero que esta noche no llore.”
Y sí, otra vez lloró toda la noche.

Así va pasando el tiempo y las tareas que tienen que ver con ese crecimiento alteran la vida tranquila. Mamá y papá van formando una relación con su hijo quien, nos guste o no, llegará a la adolescencia, la materia brava de la carrera Paternidad.

Ningún jóven piensa en lo que hacen sus padres cuando ellos son pequeños, pero el hacérselos ver, no a modo de reproche, sino con la alegría de haberlo hecho con amor, les permitirá darse cuenta que siempre estuvieron atentos a sus necesidades.

La primera infancia es justamente el momento en que se ponen los cimientos en la crianza de sus hijos, porque ese bebé es un futuro adolescente que tiene en su ser las impresiones de lo que recibió desde que nació hasta el momento. Como dije anteriormente, en un hogar normal donde reina la confianza, hay límites, se supervisan las tareas de la escuela, el hijo se siente seguro. Siempre ha escuchado a sus padres hablar sobre la necesidad de prepararse para enfrentar la vida y sabe que para eso tiene que estudiar.

El adolescente es el producto de la crianza recibida y de las influencias del entorno.

Por ejemplo, la persona criada en un ambiente donde no se grita adquiere el hábito y difícilmente será agresiva. Por lo tanto, hablar sin gritar le enseñará que esa es la manera correcta de comunicarse. Lo mismo que el no expresarse de forma vulgar, pues también se hace un hábito que rebaja al individuo.

Generalmente quien crece en un hogar donde se conversa sobre temas que interesan, donde se han ocupado de que los jóvenes lean y haya respeto entre los integrantes de la familia, se estudia comprendiendo que es una obligación hacia uno mismo y que resulta siendo él el más beneficiado.

Digo esto porque a veces pareciera que el joven estudia pensando que le hace un favor al padre. El hábito de la lectura se adquiere y, como todo, hay que comenzar temprano en la vida. Ponga unos libros de cuentos a la altura de sus pequeños. Que sepan que son de su propiedad. Léales algo cada día y cuando sepa hacerlo, buscará él solo su libro preferido.

Si conseguimos que nuestros hijos respeten el horario para mirar televisión, que los padres hemos impuesto, debemos ocuparnos de que los chicos usen ese tiempo en forma productiva y entretenida. La noche de hogar no tiene porque ser un 'plomo', como dicen los chicos. Si nos gusta la música, pues aprendamos alguna canción nueva; hay montones de juegos que nos hacen trabajar mentalmente. ¿Les gusta el teatro? Dramaticen hechos narrados en las escrituras.

Así como los padres hicieron rutinas cuando él era un bebé, el joven y la jovencita también deberán incluir algunas en las propias. Leer historietas, cuentos, los Relatos de las Escrituras, alguna revista sobre temas que les interesen (autos, deportes, el diario o alguna de sus secciones, etc.) los ayudarán. Leer algo antes de dormir o hacerlo a la hora de la siesta fomentará la costumbre de leer y sabrán qué hacer cuando están aburridos. Es nuestra obligación hacerles entender que si estudian la vida les será más fácil porque tendrán armas para defenderse y moverse con seguridad en un mundo que no acepta gente sin instrucción. La lectura será una herramienta más en su camino por la vida.

Estudiar será un desafío, pero si adquirieron el hábito de la lectura no será algo tan difícil ni pesado. Un niño lector será un adolescente que sabrá analizar, resumir y sacar conclusiones con las relaciones que haga de todo lo que va aprendiendo. Leer alimentará su espíritu y su alma y le abrirá las puertas a conocimientos que estaban al alcance de su mano, en la biblioteca de la casa.
“Instruye al niño en su camino y aún cuando fuere viejo no se apartará de él”. (Proverbios 22:6)